La vida te da sorpresas, dijo la prostituta que mató a Pedro Navaja. Yo, que nunca he tenido un trabajo fijo, he aprendido, a base de disgustos, que siempre llega el día en que te echan de lo bueno. Constantemente me lo malicio, aunque procuro animarme: a partir de tal fecha me darán tantos meses de prestación por desempleo, con la suma de mis cotizaciones tendré ya ... tantos años. Mi dinero crece en el banco, me compré un huerto, mi hija ya es mayor de edad, ya se va a estudiar fuera, me recordará cobrando por trabajar...
Pero Soraya carecía de mi sabiduría. Ella aprobó la oposición a Abogado del Estado, una alta y bien remunerada funcionaria, garantizada hasta el final de su vida laboral. Seguro que toda la familia celebró aquel triunfo; es justo. Pero se metió en política: brillante polemista dirán algunos; yo, sin seguirla, la he visto de banderillera en el Congreso; dominaba el cuerpo a cuerpo y sus pullas eran apoteósicamente jaleadas por "la bancada Popular".
Eras su campeona.
Vicepresidenta bien curtida, te cuidaste de rechazar dineros espúreos, muy lista. Qué bien colocada estabas para suceder a Rajoy, quien, por perezoso, no se fue y parece que tampoco se olió que podían echarle con un pacto de odiadores centro-periferia. Probablemente pensó que untando al PNV podía seguir sesteando.
Pero se le volvieron en el peor momento. Rajoy lo merece: consintió la corrupción y hasta salía en los papeles de Bárcenas. Estaba tocado, y en el juego de los barquitos le hundieron entre todos los pequeños.
Pero... pobre Soraya, tú no merecías esto, no habías pringado; solo si el perro pachón que estaba por encima de ti hubiera aprovechado las ocasiones que tuvo para irse por una puerta discreta..., ¡ah! pero la pereza le venció: las cosas, especialmente las catalanas, no siempre se arreglan con tiempo. Sin tutor-protector te tocó enfrentarse en campo abierto contra un guapín bajito, que pueden fotografiar de cuerpo entero porque se puede poner pantalones vaqueros. Tu imagen física es deplorable aunque, lo peor de todo, es que eres una chica.
Le ha pasado a la Clinton, le ha pasado a Susana Díaz: al final de los finales, ante la duda, siempre se prefiere a un hombre.
Y ahí estás postergada, en el pelotón del Grupo Popular: ya no te siguen los micrófonos, ni te deslumbrarán más los flases. Algún día no lejano volverás a tu puesto ganado porque te darás cuenta de que a ninguna mujer se le permite intentar darse el segundo batacazo (¿tendrá que ver eso con el mito de la virginidad perdida?). Mirarás toda la vida la política sabiendo como es, y también que fuiste la primera que pudiste haber llegado a lo más alto.
Es injusto, pero el mundo todavía es así: lo primero que le mira a un niño al nacer es su sexo.
Y aunque nunca metí en la urna la papeleta del PP, ni creo que nunca te hubiera votado, quiero expresar mi solidaridad de perdedor contigo.
Cuando otra persona ocupe el puesto que ahora disfruto me consolaré el disgusto acordándome de que tú lo merecías mucho menos que yo.
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