Llueve y estoy solo en casa. En Candelario, donde trabajo, es fiesta local esta mañana y la melancolía inunda este lugar donde estoy encerrado.
Tengo todavía dos reproductores de VHS. Como en su día grabé tantos programas y acumulé tantas cintas de vídeo, compré uno de repuesto (y barato, yo siempre compro barato) cuando estaban en el ocaso. Es una decisión inteligente, porque lo uso sin miedo; con todo lo que había invertido en cintas no podía quedarme expuesto a perderlo por no gastarme 50 euros.
Ya todo es barato o gratuito. Todo se puede "bajar" de Internet o verlo en plataformas, pero yo sigo comprando vídeos a mi amigo Comendador: tres por un euro. (Los tendrá que poner más baratos, porque no hacen más que llevarle videos y se los compra poca gente más que yo). Ocupan mucho y se vuelven inservibles cuando se termina de estropear el aparato. La gente se deshace de ellos.
Por completar un múltiplo de tres, cogí el vídeo de esta película con título de una canción de Cole Porter, de un director obsoleto, húmedo y melancólico como el día de hoy: José Luis Garci.
Es un gran cineasta, el primero español que recibió un Oscar, pero hace años es "veneno para la taquilla" y en una reciente entrevista leí que nunca haría más cine; que, de hacer algo: teatro.
Confluyen en él varias rémoras. En su día fue comunista y estuvo de moda. Fue muy favorecido por los socialistas. Tuvo un gran programa-tertulia en la televisión "qué grande es el Cine". En el que llevaba a una camarilla de tertulianos demasiado previsibles, que no supieron jubilar a tiempo. Pero en su camino se hizo de derechas (fue uno de los invitados a la fastuosa boda de la hija de Aznar en el Escorial) se atrincheró en radios de extrema derecha y se dedicó a filmar películas lentas, preciosistas, con guiones poéticos, declamados de manera muy consonante por grandes actores (esos no le han abandonado).
Pero el público sí; él no va a los Goya, que es el escaparate del cine español y esto le hace también antipático. Trató de redondear su carrera con adaptaciones de Galdós, Pérez de Ayala, Marta Lejárraga, todo con un tufillo viejo, artístico y, para el público, aburrido.
Es lo mismo que pensé ayer yo al comienzo de esta película, previsible, preciosista, lenta. Aunque ideológicamente antifranquista, pues uno de los protagonistas muere en la cárcel como preso político, el marido de otra está en el Maquis, y el cura, el alcalde y el Guardia Civil, no salen bien parados. Sin embargo, el público que salía a ver el cine en 2001 era o joven o mayoritariamente de izquierdas, por lo que creo que el autor habrá cosechado pérdidas en sus últimas obras.
Sin embargo son buenas películas. Tienen hermosos guiones adultos si uno quiere acompañarlos en la melancolía y con la lluvia, aunque son previsibles, buenistas y envueltas en un halo estético de época, que seguramente sería muy apreciado en países que se quieren y se llevan mejor con su pasado que el nuestro.
Hasta el músico que pone la música (deliciosa) original a la película Pablo Cervantes, parece contaminado del desdén que injustamente está recibiendo este artista.
Sigue lloviendo y, aunque lo he pasado bien: la película me ha impresionado hasta casi acercarme a la lágrima, siento que se me está yendo un día en que debería haber hecho algo más que emocionarme con una obra de Garci.
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