viernes, 23 de diciembre de 2011

Resulta que yo vi a alguien a quien había visto Hermingway



Últimamente travieso una impotencia para corregir mi libro. Me da vértigo abrir los documentos, reformar párrafos, eliminar datos que me costó mucho conseguir, pero que entretienen y no aportan demasiado. En varios momentos he pensado que lo mejor sería borrar todo y escribirlo de nuevo, porque empecé a redactar (a limpio y no en fichas, como debiera hacerse) la historia hace cuatro años y los párrafos se han ido llenando de más contenido, pero también de  sobreabundancias, de repeticiones y de contradicciones. Quizá lo mejor sea despejar todo de escombros y edificar de nuevo con un esquema claro y con mejores cimientos, porque ahora, que lo sé casi todo, escribiría con mucho más conocimiento que cuando empecé, que sabía muy poco.

Pero me da mucha pereza. También se me ha metido en la cabeza que debiera ir al Centro Documental de la Memoria de Salamanca, (al famoso Archivo de Salamanca) pues parece que puede haber algo en documentos nuevos que han traído. Quizá debería ir a Villafranca de la Sierra (40 + 40 Km.) donde puede que viva aún un hermano de dos fusilados.

En el fondo busco pretextos para no acabar. Por eso me dedico a leer, aunque sean libros que no me van a aportar datos para mi historia.

Dejé sin terminar a Emilio Romero. Tenía sin leer en casa ¿Por quién doblan las campanas? y lo he comenzado. Me está gustando. Hace mucho tiempo vi la película, de la que sé por cultura general que protagonizaron Gregory Peck e Ingrid Bergman. No me acuerdo de nada y es una ventaja, porque prefiero poner la cara de Humprey Bogart al protagonista Robert Jordan. La primera sorpresa en las cincuenta páginas es que un protagonista secundario mandó disecar un águila a un taxidermista de Ávila.

El tarxidermista era un viejo que yo conocí y que podía apellidarse Guerras. Tenía su establecimiento en el Mercado Grande de Ávila. Exhibía un escaparate muy curioso con todos los “bichos” pero yo de niño entré en su establecimiento varias veces.

Resulta que mi intrépida e hiperactiva madre aprendió por su cuenta a disecar, y le compraba ojos de cristal con el que competía y trataba de arrancarle consejos a este profesional. Por eso hace treinta y cinco o cuarenta años entraba en aquel establecimiento fantasmagórico y me impresionó, puede que como a Hermingway, otros treinta y cinco años más atrás.



Había cornamentas de ciervo que había cazado yo en los altos de la sierra y había un águila disecada por un disecador de Ávila, con las alas extendidas y los ojos amarillentos, tan verdaderos como si fueran los ojos de una águila viva.

Ernest Hermingway

¿Por quién doblan las campanas?





PD. También puede que fuera el Águila disecada que había en el antiguo bar “El Águila de Gredos” en el mismo “Mercado Grande” justo enfrente del establecimiento del disecador.
Me hice esta foto con disparador automático en el año 93, y usé de atrezzo los restos de la actividad disecadora de mi madre que quedaban por ahí.

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