2.-Los tiros.
En aquellos tiempos de la Guerra en el Barranco de las Cicno Villas casi no había motores, ni máquinas, ni radios: las pocas que hubiera estaban requisadas. No había ruidos mas que el viento o los arrieros azuzando a sus bestias. Hoy en el cuenco sonoro del Valle en todos los pueblos se oyen los cohetes de fiesta y también los disparos de los cazadores. Muchas veces he pensado que las mujeres pudieron escuchar los tiros que mataron a sus hombres. Aunque seguramente las madres sufrían como si fuera en su carne cada estallido, sabiendo que sus hijos habían subido a luchar al frente, o porque no habían subido, una bala perdida o un extremista armado pudiera estar matándoles.
Pienso en estos ruidos porque recuerdo la grabación de una cámara de video que captó a un terrorista de ETA que pasaba y segundos después disparó en la sien a un policía. En ese momento cruzaba una mujer que se estremeció con el ruido.
Cierto, sin guerra ni fusilamientos, también se emplea el ruido como advertencia, sometimiento, señal de autoridad, de presencia o de reto. Esos cohetes que parecen de fiesta llevan doble carga, de victoria y derrota; las campanas nos llaman recordándonos el poder de la Iglesia y algo parecido sucede con el reloj del campanario que tú conoces bien. Por su parte, los jóvenes se reúnen en el botellón y, de paso, a ver (oír) quién tiene el equipo con más watios en su coche. El agricultor o el albañil parecen disfrutar con el ruido de su ratona-dumper como en un "aquí estoy yo y soy el más currante", como el chaval que pasa en un coche preparado o en una moto sin silenciador de escape.
ResponderEliminarYo, en la noche, prefiero una guitarra interpretando a Bach.