El franquismo eliminó por malsonante el nombre de un pueblo de Toledo llamado Azaña, para cambiarlo por Numancia de
Me estoy perdiendo; los vencedores hicieron malsonar “Azaña” como escarabajos o grajos asquerosos. Es muy injusto y si yo fuera de aquella localidad reivindicaría su antiguo nombre.
Pero yo quiero reivindicar a Manuel Azaña Díaz. El pasado día 23 compré un libro de la Editorial Crítica de Manuel Azaña “Causas de la guerra de España” y estoy disfrutando su lucidez, su perspectiva, su análisis, su prosa. Son artículos que escribió en 1939 en Francia, ya derrotado:
Habría que escudriñar lo que el carácter español, su energía explosiva, pone de violencia peculiar en todos los negocios de la vida. Y con qué facilidad el español sacrifica en público sus intereses más caros a arrebatos del amor propio.(…) Esta disposición trágica del alma española, inmolada en su propio fuego, produjo ya en nuestro pueblo, mutilaciones memorables, que tienen más de un rasgo común con el resultado inmediato de la guerra civil.
Sobre el anarquismo egoísta que le explotó en las manos:
El gobierno republicano dio armas al pueblo para defender los accesos a la capital. Se repartieron algunos miles de fusiles. Pero en Madrid mismo, y sobre todo en Barcelona Valencia y otros puntos, las masas asaltaron los cuarteles y se llevaron las armas. En Barcelona ocuparon todos los establecimientos militares. El material, ya escaso, desapareció. Quemaron los registros de movilización, quemaron las monturas. En Valencia, los caballos de un regimiento de Caballería fueron vendidos a los gitanos a razón de cinco o diez pesetas cada caballo(1). Al comienzo de una guerra que se anunciaba terrible, las masas alucinadas destruían los últimos restos de la máquina militar, que iba a hacer tanta falta.
Copiaría mucho más. Después de leer a tantos Hugh Thomas, Jasckson, Preston, Gibson... buscando esa distancia ecuanimidad y rigor, se encuentra uno que el que mejor lo explica es el más enfangado protagonista, deprimido y al borde de la muerte al acabar la contienda. ¡Qué gran pérdida!
(1) esto mismo me contó que hicieron algunos milicianos de Cuevas del Valle: robaron los ganados que pastaban en la sierra y los bajaron a vender a Talavera de la Reina. Ahora lo doy más crédito.
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