lunes, 6 de enero de 2025

Viejas cartas

 Soy un mitómano de mí mismo. De adolescente escuchaba en clase de BUP las anécdotas de los literatos y, por la radio, las anécdotas de los músicos; de los genios. Siempre he querido ser un genio y solo ahora me atrevo a escribir con absoluta convicción que ya no lo voy a ser por más suerte que tuviera y más que me esforzara.

Pero he guardado muchas cartas, como si mi historia fuera a merecer la pena como historia. Son de mi adolescencia. Tengo incluso borradores que escribí y conservo en una carpeta de aquellos tiempos. Yo entonces me creía que podía llevar dentro un gran escritor, solo porque creía que no ponía faltas de ortografía, y por supuesto, que era sublime y además no contaba que me aburría. Los adolescentes de mi época estábamos todos aburridos y cuando escribían cartas tampoco dejaban de escribirlo.



Iba a tirarlas. Guardo demasiadas cosas, y pocas parecen más inútiles que esas vergonzantes letras manuscritas. Sin embargo estaban rodeadas de ilusión antes de abrirlas, y al releérselas a los amigos, (porque muchas iban para la pandilla)-

He guardado demasiadas. Si alguien encontrara este puñado de cartas en un desván de Federico García Lorca, o de Astor Piazzolla, se volvería loco intentando interpretar qué era cada cosa que allí me escribieron, o que yo escribí. Tonterías adolescentes que nos formaron, aunque al final nos deformó la madurez y el tiempo, la realidad.

No he tirado ninguna, tampoco ayer, son útiles para relativizar lo que es mi vida, lo que es la vida de los que vienen detrás y piensan que ya lo saben todo a los veinte años. Aunque en mi época murió mucha gente por la heroína, y en accidentes de coche, y se cogían unas borracheras de espanto, y renegábamos de los padres, y además considerábamos, como Mike Jagger que dijo que quería morirse a los cuarenta años cantando "Satisfation", que los viejos eran un residuo estúpido e inútil. Ahora soy un viejo y creo que estoy más vivo (me entero más de la vida) que cuando era joven, aunque me entre sueño y a partir de las 10 de la noche no sea persona, aunque agradezca una siesta o un par de ellas, durante el día. Ahora madrugar y estar fresco a las seis de la mañana o antes es lo corriente y soy muy consciente de que debo aprovechar esas mejores horas. La noche es para intentar dormir para mañana.

Debería de haberlas tirado esta vez. Me da mucha vergüenza leer lo que me escribieron y me da más vergüenza leer los borradores de mis cartas, pero entonces sin duda esas tonterías eran lo importante, o en esa impostura flotábamos. Uno siempre se ve como un niño, pero es que entonces seguía siéndolo.

Supongo que los destinatarios y destinatarias habrán tirado mis cartas, y si no, las mirarán con el despego de esos sellos de doce pesetas, y esos dibujitos estúpidos, esas solemnes tonterías. Tenemos suerte de que no se quedan públicamente como algo legible, lo que sí sucede con lo que igual de tontamente se escribirá ahora, que permanece en letras de molde guardado, en poder de Google, o de Facebook, o de Watsap, que quién sabe para qué podrían llegarlo a utilizar a cambio de no cobrarnos franqueo.

Algún día deberé tirarlo, porque a nadie más que a mí puede ni debe decirle nada. 

Entonces pensaba que había alcanzado la sabiduría; ahora también, aunque más amargamente, lo pienso, dudando más, eso sí. 

Hace ya cuarenta y tantos años de aquello.

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