Recuerdo que fui con mi prima Pili al cine en octubre de 1978, el 15 de octubre, Santa Teresa, (para los de Ávila "La Santa", sencillamente). El cine donde lo vi era también salón de actos del colegio diocesano de Ávila. La pantalla más importante de Ávila, donde ponían las grandes películas americanas y las más caras, cuando para mí el mejor cine era el de acción o el de risa, cuanto más tonta mejor. Faltaban cuatro o cinco años para que empezara a apreciar o a hacer como que apreciaba a Fassbinder a Bergman o a Tarkovoski, que eso comenzó a ser en Salamanca, cuando era universitario.
La sala se llamaba, porque ya cerró, Tomás Luis de Victoria, un músico de polifonía sublime, clérigo del que nadie a pesar de reconocerle su calidad y valía, es capaz de silbar una melodía. Pues el espiritu de ese señor tenía que soportar las bromas musicales y los bailes soeces de Grease, película tan contraria al espiritu del músico más abulense.
Hoy he visto el final de Grease, una cinta que recuerdo que me marcó, que nos marcó, hasta me viene a la memoria haber bailado a lo travolta en el número final con una chica rubia de mi pueblo haciendo ella de olivia niuton yon un radiocasete a pilas a la puerta de la ermita de mi pueblo ¡Qué cosas!
Varias veces han puesto esta película llena de tics y de chistes tontos para arrancar tontas risas adolescentes en el cine y no la he continuado porque es inaguantable para un adulto como yo, que respeta su tiempo. Pero hoy la he cogido casi al final cuando organizan un baile en el gimnasio, y me ha gustado: ha sido una magdalena de Proust, sus chistes malos, sus movimientos pélvicos, sus imitaciones sexuales, su ridiculización de profesores, y Travolta y ella, pero el adolescente que fui debe vivir todavía en alguna parte remota de mi alma, o es una regresión peligrosa la que me ha abordado esta noche.
¡Ah! pero estaba ella, guapetona, yo entonces tenía catorce y ella veintiocho. Hoy estoy a punto de cumplir cincuenta y ocho y ella no cumplirá setenta y tres. Pero entonces era o representaba la chica adolescente decente de las que siempre me enamoraba yo, y es que la buscaba a ella: la dibujaron tan bien.
Ayer supe que ella no quería hacer esa película porque no le parecía serio representar una adolescente con veintiocho años. ¡Qué importa! el cine es así y Paul Newman era un muñequito y Humprey Bogart un enanito cabezón. Ah pero Olivia, tú fuiste mi rubia y no Farrat Fancet-Majors, ni Marylin, que se suicidó un par de años antes de que yo naciera. Olivia ha estado por ahí sin que yo sospechara que seguía enamorado de ella hasta hoy.
Y de paso he descubierto que por mucho que yo no la cite, es más importante en mi vida la anacrónica Grease que el Apartamento, el Viaje a Ninguna Parte, Senderos de Gloria o Sed de mal; hasta es más importante que la maravillosa West Side Story, que siempre me entristece por la violación de Rita Moreno y la muerte de Tony, aunque me sepa todos sus números y la haya visto una decena de veces.
Y es que solo se vive una vez, y es en la adolescencia.
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