Termino siendo un previejo melancólico. No son buenos tiempos para la alegría, quizá nunca lo fueron, pero creo que en mi vida nunca los ha habido peores.
Antaño la gente cantaba y, aunque no afinaran, nos transmitían su alegría. Cantaban en el trabajo cuando las cosas iban bien o cuando se calentaban para que lo fueran. Yo una vez tuve un trabajo muy duro en una fábrica de jamones, y cantaba los viernes, cantaba para mí solo, no a voz en grito como reclamo ahora.
Quien canta sus males espanta, es un pareado tan evidente como arcaico y superado. Hoy las mujeres que hacen la limpieza en los pisos tienen sus cascos puestos y los pequeños altavoces incrustados en los oídos cantan por ellas, que bonito es el canto popular, ese que ahora da vergüenza. Mi padre cantaba en la fragua mientras yo daba aire con un ventilador de manivela, cantaba más bien por Manolo Escobar. Yo cantaba cuando jugaba al fútbol y canto muchas veces en el coche; bueno, no tantas.
Los humanos siempre admiramos a los pájaros, durante un tiempo solo pudimos imitarlos cantando, pero ahora que ya volamos de tantas maneras se nos olvida la alegría del canto. Era mejor estar más alegres que volar.
Me viene a la mente el comienzo del Martín Fierro que me aprendí de memoria en el octavo curso
cantando me he de morir
y cantando me han de enterrar
y cantando he de llegar
al pie del eterno padre
desde el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.
Y muchas canciones muy importantes en mi vida como el La la la eurovisivo que cantó Massiel, o el también eurovisivo canta y se feliz de Peret
alegría de vivir
para disfrutar, cantar
canta y sé feliz
Temo que el mundo es más viejo en el peor sentido. Ahora retorna a ser un niño vergonzoso, retraído; nos falta generosidad para llenar el aire de chorros música de nuestros pulmones, aunque sea ingenua como la felicidad.
Ojalá volvamos a cantar como antaño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario