Descendiente de Kafka y de Cortázar, este hombre tan aseado en aspecto y escritura es uno de los grandes de su generación.
Es sencillo de leer lo cual es virtud, porque lo es, y porque establece una complicidad con el lector, una complicidad femenina, es un hombre sin testosterona e hipocondríaco, como otro de sus padres, Woody Allen, y seguramente por ello gusta más a las mujeres que a los hombres. Yo debo ser un lector bastante femenino porque me gusta mucho.
Poco hace que leí "Lo que sé de los hombres diminutos", que no me aportó nada nuevo y debía de haberme dejado ahíto de Millasismo por un tiempo, pero agarré este de El Mundo con la que le dieron el premio Planeta, que es mucho mejor.
En esta novela autobiográfica se hace un autorretrato supuestamente hiperrealista, digamos a estilo de Antonio López, que pinta a su manera desvaída y silenciosa la Gran Vía sin coches, así siempre se sabe que es él y su impronta. Hay que tener un ego grande para presentarse a un -supuesto- concurso con una novela en la que siempre estás diciendo quién eres. El concurso del Planeta está amañado obviamente. De nada sirve poner un seudónimo ni todas las cautelas que nos hacen seguir a los concursantes si lo escribes con tu nombre y con tu estilo, ¿Qué hubiera sucedido si al abrir la supuesta plica hubiera salido por ejemplo, Martínez de Pisón? Con el Planeta pasa siempre: Vázquez Montalbán mandó una novela de su detective Carvallo y Vargas Llosa de su policía Lituma.
El caso es que el autorretrato de Millás es bonito y su recreación a mí me resulta sugeridora, seminal, parece fácil escribir con todas las puertas a la observación que abre y que a mí tanto me han motivado. La parte de su niñez es preciosa, aunque luego baja algo mi interés por mirarse tanto a su espejo favorito de marca registrada. El premio más cuantioso de las letras españolas es comercial y parece que no estaría bien defraudar al público innovando o dejando de ser él mismo o su mecanismo.
En resumen que es un libro con sabor a verdad o a confesión necesaria, como si de pronto el autor hubiera encontrado un tesoro olvidado en un baúl del "sobrao". Lo es.
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