Una niña que tiene hoy trece o catorce años y que está destinada a heredar la corona española ha de empezar a ganarse su puesto del mañana. Precisamente mañana irá a Gerona, Yirona en catalán, a entregar unos premios que llevan su nombre. La niña y sus papás tienen que apretarse los machos, porque torean en una plaza difícil, es la ciudad más independentista de Cataluña; pero este es y, si lo conservan, será su trabajo.
Todo es antinatural como un ajedrez y la partida tiene que suceder porque el estado no puede abdicar de sus obligaciones de representación, que es a lo que se dedica esta familia.
Hay un tablero y el estado sale con blancas, sus peones tratarán de dominar el centro, pero los peones negros tratarán de hacer lo mismo. Desde atrás la futura reina tendrá que comenzar a "sudar la camiseta" presenciando desagradables forcejeos en su nombre.
Y yo me pongo a pensar qué pensará por sí misma una adolescente, que comienza la edad de la rebeldía, de si merece la pena seguir estos determinismos.
Aunque lo que más deseo es que los jugadores sean prudentes y no haya una gran escabechina de peones.
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