Estoy seguro de que todos los adolescentes de todas épocas y de todos lugares del mundo se parecen (he estado a punto de escribir se "padecen") es una gripe que hay que pasar. Yo la pasé. Después de la fiesta cada cual sigue un camino, racional o irracional, pero ya diferente.
Claro que muchos adolescentes opinan que todos los adultos son iguales: tijeras de amargura para cortarles las alas. Yo también lo pensaba.
Toda la vida han sido incomprendidos. Ya lo era Calígula, en sus tiempos, también los punkis o los rokers, o los de West Side Story, o los que hace unos años se autodenominaban "sobradamente preparados", habrá decenas de movimientos, con nombre o sin él, entre los neandertales, y entre los esquimales o en los yanomamis, de siglas, de siglos.
No hay nadie que se muestre más tajante que una persona de 18 años: lo sabe todo, no tiene ninguna capacidad de escuchar salvo a las personas que elige como su norte y su guía, que nunca han de ser los padres; nos antiescuchan, aborrecen la conversación y con ella toda la felicidad que llevamos compartida desde la infancia es una falacia, la cosa más estúpida que imaginarse pueda.
Años después todo se hará buscar la infancia perdida; de ahí parte un elevadísimo porcentaje de la literatura, evocar el paraíso perdido de la felicidad.
Cuando uno se hace viejo ve y oye menos o peor, y la espalda, las articulaciones y otras partes del cuerpo que se van descubriendo, le recuerdan que tienen obsolescencia programada, entonces se acuerda de su adolescencia y la de tonterías que hizo, directamente proporcionales a las actividades interesantes que dejó de hacer. Pero si, además, tiene una adolescente en la cresta de la ola, le da en pensar en Julio César cuando, rodeado de puñaladas y de incredulidad. y le dijo a su ahijado Cayo Bruto.
¿Tú también hijo mío?
Pues ahí andamos. Por supuesto mi hija no me lee. Espero que algún día, cuando supere la adolescencia, podamos compartir este artículo riéndonos de las desagradables tensiones actuales.
De momento me recomiendo paciencia y resistencia. Me veo subiendo, bastante cargado, unas escaleras que han de llegar a algún piso donde quizá podré descansar, pero es un edificio alto, y no sé en qué planta está la vivienda que busco.
Interesante este artículo sobre el choque generacional. Creo que ha sucedido en todas las épocas, quizás más notorio ahora por las nuevas tecnologías que influyen en todo. En ocasiones medito sobre las preocupaciones que embargaron el ánimo de mi padre al verme crecer en una sociedad tan distinta a la de él. No creo que de mis 14 a mis 17 lo preocupé mucho, lo único que hice fue trabajar mucho en un negocio familiar en Madrid. Pero en Miami fue otra historia. Al año ya tenía mi coche propio y llegaron los años de la melena larga zapatacones y las ropas de satín. No dudo que en ocasiones se preguntó ¿A dónde he traído yo a mi hijo? Tampoco sé cómo me mantuve yo impoluto, ni un porro me fumé en aquella época. Hoy todo es tan distinto: la novia de mi hijo Gregory vive en casa hace más de tres año y el novio de Caroline en ocasiones se queda en casa. Yo me sorprendo haciendo malabarismos para vencer el costumbrismo que aún me dice que eso está mal… En fin, paciencia mi amigo, mucha paciencia. Ah, antes de terminar, dos cosas hay que darles a los hijos, una buena base y alas para volar. Aunque en ocasiones deseemos partírselas de una pedrada. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias amigo. Me siento menos solo, porque uno aunque racionalice y recuerde su propia adolescencia y las de los hermanos o amigos, se siente solo ante situaciones que mutaron a irracionales sin saber por qué. Es muy difícil negociar con la adolescencia. Quizá desear que pase pronto y no nos deje heridas graves. Puede que sea nostalgia de la niñez tan simpática, tan hermosa que quedó atrás. Tu lo has dicho: la única medicina es la paciencia y como decimos por aquí "echarse el alma atrás". Otro abrazo.
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