Aclararé que no veo ni tampoco vi el pasado sábado el festival
de Eurovisión, pero me gustó mucho lo que sucedió. Desde hace treinta o
cuarenta años, que triunfó el modelo Abba, -un fantasma recorrió Europa- fue
invadiendo el idioma inglés todas las canciones festivaleras, cuya música
también era “internacional” sin que hubiera diferencia Israel de Holanda o
Turquía de Finlandia. Había excepciones, pero cada vez menos y siempre sin
éxito.
El pasado sábado Portugal se atrevió a cantar en portugués una
música que podría andar entre un fado y
una bossa nova. Triunfó, por calidad, pero más bien por la
afirmación que suponía.
Los europeos no vamos a consentir que los ingleses sigan
extendiendo su férula cultural, a la vez que nos aborrecen. Desde luego que
todo esto no es práctico, -con tanto el trabajo que está hecho a favor de lo
anglo-, y tampoco será inmediato, pero el camino más largo también se empieza
dando un paso. Hace unos meses algún intelectual italiano ya propuso que el
idioma de la Unión
Europea fuera el latín. A mí me convendría mucho más; me
cuesta menos entenderlo que el idioma de aquella isla aislada.
Todo esto parece un brindis al sol, pero recordemos que el latín
ha sido el idioma de la iglesia católica hasta 1968 y que todavía en lo
lapidario, todavía hoy se sigue escribiendo y aumentando la distancia entre la lengua de
Cicerón y de San Jerónimo y todas las demás.
Dicen que en el siglo XVI el lenguaje dominante fue el español. Después fue sustituido por el francés que durante tres siglos ha sido la lengua
franca de Europa; por ejemplo en la corte de los zares rusos se hablaba francés en vez de
ruso.
Hace no muchos años el idioma ruso se imponía con el respaldo de
los tanques en media Europa, y, aunque tampoco sea práctico, se está olvidando;
actualmente un húngaro y un polaco seguramente se entienden en inglés, porque
quieren olvidar el antipático idioma de la opresión. Precisamente es una
prueba de que todo puede cambiar.
Los ingleses se quisieron ir y lo hicieron por cabezonería y por
antipatía. A lo mejor ¿quién sabe? empezamos a irnos
nosotros de ellos.
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