y por eso pudo permitirse edificar una plaza como la del Comercio, a dos o tres metros del nivel del estuario. Una plaza abierta al mundo.
Lisboa es, como el Mediterráneo ideal, multiétnica y multirracial; una pacífica humanidad morena. Tengo a los portugueses nativos como más oscuros que los españoles, pero con ellos hay una ensaladilla de otras culturas morenas que combina muy bien. Sinceramente no se atisba racismo, hay muchísimos negros y muchos del subcontinente indio, también es el primer lugar (son escasos mis viajes), donde he visto un barrio chino, auténticamente chino y naturalmente. Tan natural como que Lisboa el agosto pasado estaba atestada de gente pacífica. Muchos de los que no quisieron arriesgarse a ir a los centros de Europa por no a ser protagonistas pasivos de algún atentado islamista, decidieron venir a esta ciudad tan femenina, donde, para menos inquietud contemporánea, apenas si hay población musulmana.
Los hoteles estaban llenos y nos costó encontrar alojamiento. Dormimos en cuatro diferentes las seis noches que estuvimos allí.
Uno descubre en Portugal, que los españoles hablamos demasiado alto, pero no más alto que los franceses. En cambio, los portugueses son humildes y políglotas y amables. Le hacen a uno sentir como en casa, y en casa uno perdona todo: que haya desorden, suciedad, cosas rotas... Con una ciudad como esta, todavía envuelto en su velo de brisa, cuesta ordenar las ideas y hasta las fotografías.
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