España vive del turismo. Ávila, la ciudad
donde más tiempo he vivido, tiene un plus turístico por Santa Teresa y la
mística: una buena cantidad de turistas de todo el mundo acuden a la ciudad
amurallada por ello, aunque son pocos comparados con Santiago de Compostela,
pionera en el turismo internacional desde mucho antes. Pero no es esto de lo
que vengo a hablar.
España vive del turismo; aparte de las
tropicales Canarias somos un balcón al
Mediterráneo. El calor Mediterráneo es el objeto de deseo de toda la Europa húmeda, pero si miramos
un mapa del Mediterráneo veremos que España no tendrá ni un cinco por ciento de
su litoral.
Albania no se cuenta. Y Grecia, quizá tampoco
nos quite mucho, pero en cuanto llegamos a Líbano, Israel, Libia. Argelia...
son lugares que suenan peligrosos y hostiles por motivos religiosos.
Inhóspitos.
Egipto y Túnez han vivido del turismo, pero
los recientes atentados yihadistas han borrado a Túnez del mapa y también a
Egipto, salvo la egiptología en la que, como es obvio, nadie puede competir con
ellos.
Vivimos del milagro religioso. El
Mediterráneo es nuestro.
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