viernes, 15 de julio de 2011

Leyendo las memorias de Gabriel García Márquez.


Estoy amordazado por la potencia creativa de las memorias de Gabriel Gª Márquez. Son la primera entrega, que corresponde a su niñez. Pensaba que no tendrían por qué interesarme teniendo en cuenta que no sale nadie famoso, que parece que es lo más interesante de estos libros. Pero sí sale gente bien interesante: salen todos sus personajes mágicos, esta vez narrados como si fueran reales. Igual de bien narrados que en la ficción, con cada palabra esculpida a su medida. También los leo teniendo presente su voz; al leerlos evoco mi niñez y mis mitos y los cuentos de mi padre y pienso que todos me los ha robado ya el maldito Gabo, me ha despojado también de las palabras con qué narrarlos, ahora cuando hablo me entra una mudez y una gana de reírme estúpidamente, porque quiero decir las cosas como él, pero no puedo.
Es un libro nocivo, su perniciosidad asfixiará sin duda como un gas letal los cerebros de muchos que queremos ser escritores, porque en el libro te muestra, cómo eran la mesa, los cubiertos y los alimentos que hubo de comerse Gabriel García Márquez para ser él mismo y cómo sólo puede haber uno; porque es tarde para todos; nadie comerá de aquellos alimentos porque ya no se crían en ninguna parte, y nadie puede consagrar con esa naturalidad su vida a la recreación, porque –también- parece que él no creó nada. No sé si él u otro es quien ha escrito “para escribir lo primero es saber escuchar”. Y las palabras rurales, las frases contundentes que encierran toda la verdad de una vida, han muerto, con todas las historias que perdimos o que han malrecogido otros.
Hace tiempo me fui con un folio de preguntas a ver a una tía abuela que estaba en una residencia, me las contó, me supieron a poco, pero me dijo que se cansaba, así que no pude repreguntar. La señora cría malvas desde hace dos años. Es una lástima porque mis personajes de Gabriel García Márquez han estado por ahí y ya han muerto o son alzementes(1). Lo que más me jode es que pronto me moriré sin llegar a ser ni siquiera un personaje. Mi hija me verá como un extraño padre que era tacaño y se asfixió en su cobardía. Me siento muy mal escribiendo, porque no puedo encontrar, no tengo tiempo de labrar, y sólo debo terminar, dar pedales para llenar un folio, sin hallazgos: las frases de García Márquez son música: a la vez que las oyes ya están evocando, otras cosas mías, íntimas, y esa conmoción me aturde, y me hace mirarme como un pobre hombre que mira su instrumento viril de escribir como una cosita muy chica y encogida, mientras el maestro avanza pegando saltos  y cabriolas y dibujando con una enorme manguera con alas, maravillas.




(1)  a pesar de esta demostración de impotencia creo que he creado un neologismo. Ojalá sea cierto y tenga suerte.

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