Uno como yo, que hace cosas para el público, tiene que tener el plexo solar acolchado. Siempre te aparecerá alguien con el que no cuentas, que te hará un feo, una crítica destructiva, una amenaza...
Y normalmente la cosa va por la irracionalidad. No sirve de nada que uno tenga argumentos de sobra para ganar, incluso si gana. La crítica le traerá culpabilidad y le atenazará, hasta que vuelvan a nacer las flores de la espontaneidad.
Yo últimamente solo me dedico a las críticas buenas; me gusta echar flores, porque, además, algunas veces te devuelven flores. No me gusta tener enemigos, ni hacer sufrir. Lo que no me gusta mucho no lo critico.
Sí, a veces critico a los políticos, eso es diferente, tienen poder y es un poder que alcanza mucho. Un político tiene que tener más que un músculo de encajar, una coraza, o la cara más dura que el hormigón armado. No niego que, a veces, quieran hacer y hagan las cosas con la mejor voluntad. Y han de sufrir, no lo dudo, trato de entenderlos, de ponerme en sus esquemas de pensamiento. Pero entiendo que les va en el sueldo de coacción que tienen, hacen leyes, decretos, ordenan... nos obligan.
Sin embargo un artista solo ofrece su alma. Un amigo mío dice que no publicaría porque escribiendo uno se desnuda el alma, y que él no es tan generoso para mostrar su desnudez.
Un artista, aunque solo sea un pretencioso del montón como soy yo, se muestra con buena voluntad, ingenuamente, y espera que los demás se la entiendan: se la aplaudan, les conmueva, la hagan suya.
Cuando recibe una coz, que pasa hasta en ámbitos de difusión tan ínfimos como el mío, se duele, le corta la respiración. Por eso es bueno tener un músculo de encajar.
A mí me funcionó hoy escribiendo este artículo.
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