Ayer
tarde viajé a Salamanca para ver la obra de teatro Nora 1959. En el coche llevabámos
encendida a la cantante-declamadora argentina Amelita Baltar, cuya inmensa
variedad de matices interpretativos se antoja insuperable -lo son los textos de Horacio Ferrer y la música de
Piazzolla-; la verdad es que cuando uno está bajo la influencia de una obra de
arte le suele parecer incomparable: lo mejor y más acabado, así uno la disfruta
más.
Llegamos
al Teatro Juan del Encina y vimos una escenografía muy cuidada, muebles de
época muy bien escogidos y un hermoso piano vertical delante de unas enormes
letras luminosas, que recuerdan a una
terraza sobre un edificio de la radio, de la película Días de Radio de
Woody Allen. El perfume radiofónico ayuda mucho. Hermoso ambiente el que
proporcionaba en sus tiempos este invento; en los nuestros todo será tan anodino como un
smart phone con sus auriculares, y esos videos virales, que caducan a los dos días.
La
obra de ayer empezó garbosa, cantando y bailando música
española cincuentera (aún no me he librado del runrún de Mairquilla
Bonita). Me permito parafrasear de mala manera a Cervantes “donde se hace
música y se baila no puede salir un
espectáculo malo”. Desde
los primeros segundo me di cuenta de que había visto en ese mismo escenario a
un actor muy característico: leo en el programa que se llama Rennier Piñero, no
sé si es de origen peruano, pero tiene el timbre de voz y la musicalidad en el
habla de Vargas Llosa, me trae tanto la presencia del literato que
este joven no debiera perder la ocasión
de ir al casting correspondiente en caso de que algún día se filme alguna
biografía del escritor.
No
era solo él. Era todo el grupo, que se llama Lazonakubik, los habíamos visto:
tienen querencia acentuadísima por hacer obras “de tesis” muy reivindicativas
contra el machismo. Les sobran las razones, pero espero que la razón de esta
reiteración del no sea buscar subvenciones públicas (institutos de la mujer y organismos así). Lo importante es que el
favor del público, y la complicidad, los tienen; y con esta obra mucho más que
con la anterior.
Nora,
que es más bien una tragedia, se hace muy divertida. Desde el principio busca
la complicidad con el público: “contrataron” una portera que dio mucho juego
contabilizado en risas y guiños. También, en un número musical nos mandaron
hacer a todos de maracas, estupendo hallazgo. Estupendos recursos.
La
música era en directo, con un buen pianista que también tocó la guitarra. Jugaron
mucho a la radio con las voces e inflexiones de aquellos años y el característico micrófono. La luz, la
coreografía, el vestuario el aprovechamiento del escenario, todas las
alternativas fueron sobresalientes y no importaba que la obra fuera de
ostentoso mensaje.
Quiero
llamar la atención hacia estos actores de ahora, que tienen que saber y saben
de todo, no solo sus registros gestuales e inflexiones de voz, sino el
conocimiento musical, el baile, la fuerza física, ser actor hoy reúne muchas
polivalencias cuasirrenacentistas. Compensa, desde la butaca, que la gente esté
tan bien preparada para sorprendernos con todo tipo de habilidades. Yo creo que trabajando tan buenos actores se logra una simbiosis interpretativa que a todos les enriquece y les vuelve a reenriquecer. (Bien se nota que me han gustado mucho más que la anterior vez que los vimos)
La
obra está afinadísima, dirigidísima, y rodadísima, está tan llena de sutilezas como Amelita Baltar y es muy polifónica, presentando cientos de detalles de inteligencia a lo largo de
toda la representación. Me acuerdo de que en un momento en que el pianista está
haciendo un acompañamiento, se acerca una actriz y da un puñetazo a las teclas
graves. Es como un cuadro del Bosco, hay mucho que ver. Los juegos con la
mirilla de la puerta, los acentos dramáticos que suponían cada vez que se
tomaba un micrófono frontal. Se nota que la obra es muy querida por sus
ejecutantes; cada día deben añadir nuevos detalles que la van proporcionando todavía más colores. (Apuntaré aquí
que no son buena idea las tiras de papel
que el público debe tirar en la fiesta. Que se lo digan a los servicios de
limpieza. Pero no es solo eso: yo, desde la segunda fila no fui capaz de
llegar. (recuerdo que la obra anterior tenían aviones de papel, también fue
frustrante que no volaran en el momento).)
En resumen, recomiendo esta producción
maravillosamente orquestada, que consigue la plena complicidad del público; es
un gran espectáculo teatral. Desde la segunda fila da mucho gusto ver las caras de los actores disfrutando de los
calurosos aplausos del público. Esta vez sí fue un triunfo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario