Ayer salió con libertad definitiva Jose Luis
Urrusolo Sistiaga, quien fuera, en los años 90, el enemigo público número uno.
Un cartel con sus múltiples caracterizaciones se podía ver en casi todas las estaciones y
oficinas públicas, solicitando cooperación ciudadana para su detención. Yo
fantaseaba muy fantasiosamente con encontrármelo y hacerme célebre apresádole.
Cuando iba a Madrid y tomaba el metro, buscaba su cara entre la gente por si se
me presentaba la ocasión de ser un ciudadano heroico.
Pero fui poco a Madrid, y tampoco creo que él
se atreviera a tomar el metro con tanta gente que podía mirarle a la cara.
Ha sido un etarra, pero luego fue un
arrepentido; quizá por eso se haya ahorrado condena, ha estado 19 años encerrado. Hoy he mirado en Internet y veo que el próximo año cumplirá 60; es imposible, a no ser que hubiera trabajado legalmente bastantes años antes de
hacerse terrorista profesional, que cotice lo suficiente para su jubilación.
Tan imposible como que pagara en lo que le resta de vida las indemnizaciones de
sus asesinatos y estragos. Pero por ser arrepentido, su vida está mucho más quemada
(el entorno le verá como un traidor, uno que con su contrición, contribuyó
a cerrar aquella historia ilusionante para unos pocos y pesadilla para la
mayoría) que la de Arnaldo Otegui,
porque éste último, que sale hoy, no ha
renegado expresemente de los métodos terroristas, y tendrá esperándole
abundante público que le aupará en la política o le solucionará el futuro. Al pistolero solo le ayudará la familia y los amigos de verdad.
No me parece que hayan pasado 19 años. Me
acuerdo cuando detuvieron a Urrusolo. En un programa de televisión celebraron
con champán que este asesino, especialista en acercar la pistola sigilosamente
a la nuca de sus víctimas disparar, rematar y huir sin escándalo hasta el coche donde un cómplice
le evacuaría a lugar seguro; se llamaban “pisos francos”: un término que
tendría que explicar a mi hija porque, afortunadamente, pasó de moda.
Casi me dan ganas, pero no puedo sentir pena
por esta vida quemada en aquel error. Hace 20, 21, 22, 23 años, que sus
víctimas crían malvas y los supervivientes: familiares, amigos, compañeros,
sufrieron en primer plano dolor, miedo, rabia, terror inolvidables, irreparables,
lesivos; también les amputaron gran parte de su vida. Seguro que, para ellos, 19
años es muy poco tiempo.