-¡Estas moderneces!: no soy tan abierto como creía.
De repente, cruzamos el umbral del teatro, nosotros: un matrimonio civil y una hija sin bautizar... a presenciar... un auto sacramental del siglo XVII.
Hemos accedido por y al escenario de un hermoso teatro.
Presidiendo la mesa dando la espalda a un público inexistente en la larga y estrecha platea (todo el público -aforo máximo 50 personas: los experimentos se hacen en probeta-, nos vamos a sentar en unas sillas que han sido dispuestas en el escenario en torno a una mesa) hay un hombre algo macrocéfalo, su calvicie lo acentúa y su piel cerúlea, y sus ojos como cuévanos.... además es completamente desnudo: un esquema entre humano y espiritual. Tan hierático está que lleva a pensar que es una estatua hiperrealista de Antonio López. Pero sí, se mueve, si le mira uno detenidamente se aprecia que respira. Sentados a su vera un trío variopinto, del cual destaca una "locaza", con la impronta verborréica de un Boris Izaguirre maquillado con purpurina o con limaduras magnéticas, hipersimpático, rondando una agresividad de verdulera, sarasa, se queda con la gente. No he dicho que el espectáculo es para mayores de 18 años, y nosotros, imprudentemente, hemos colado a nuestra hija que no llega aún a los quince. Creo que me puede poner más nervioso -a mí- un homosexual impertinente, que una mujerona impertinente, -nunca he manejado ninguna de las dos situaciones-, pero temo hacer el papelón delante de mi hija o mi mujer,
¡peligro!.
Resoplo: los otros dos actores que rodean al silente hombre esquema, parecen teleñecos: uno esta pintado con el pelo a franjas y viste un antiguo pantalón corto de deporte, tratan de comportarse como tales, pero la voz del travestí lo llena todo en los prolegómenos.
De pronto, aparece un negro de traje negro. El negro color es el más elegante y la raza negra es la de maneras más elegantes. Con su elegancia al cuadrado toma la palabra con una voz grave, correctísima. El pueblerino que soy siempre espera que un negro tan negro hable con acento francés, o con acento africano: (velombo, calumba, catanga) pero su español es como el agua clara, como si nos hubiera robado el idioma lo cual casi encoje el ánimo:
a ver si estos van a ser mucho más listos que yo y me van a dejar en evidencia en el centro más centro de mi Castilla natal.
Ha pedido voluntarios para sentarse a la mesa como comensales. Yo ya he decidido que voy a por todas, además sé que mi hija va a ir, siempre lo hace, mejor estar yo cerca de ella por si acaso pasa algo. El negro nos lava con diligencia las manos y nos las seca ceremoniosamente con una toalla. Nos ha preguntado algo así como si ha habido algo especial en nuestro día de hoy, también por y nuestro nombre y procedencia. Nos asienta como un maitre de restaurante de muchos tenedores y declara de palabra nuestro nombre y cualidad y todos saludamos al recién presentado/a repitiendo su nombre como hacen los alcohólicos anónimos. Mientras tanto el "sarasa" nos vacila, comenta gracias que se le ocurren, que no son especialmente ingeniosas; y la gente va entrando al trapo: eso puede ser peor.
Bueno: sólo hemos pagado seis euros. En este momento pienso que el único que se está ganando el sueldo es el que está en bolas, alelao.
Empieza la obra, y oímos como uno de aquéllos jóvenes recita perfectamente a Calderón y otro le replica con la misma perfección. De repente los actores han tomado cuerpo, se han erguido y nos vemos involucrados en una historia de bajezas humanas y alturas espirituales, de libre albedrío, de teologías, de sutilezas bíblicas. Realmente estamos dentro del desnudo craneal del rey Baltazar, en torno al cual exponen sus argumentos, el deseo, la arrogancia, el pensamiento humano, que es una especie de bufón:. Uno se concentra en el contenido calderoniano, personajes morales, diatribas filosófico-teológicas, se preocupa ya sólo por no perder los sentidos de la obra, por apreciar la musicalidad del recitado, porque hay mucha música en Calderón. Nada importa más que el texto. Los actores actuales valen para todo, lo mismo cantan en cualquier idioma, bailan en cualquier estilo, tocan percusiones, hacen escultura con harina y agua, o te enseñan los güevos. También el más bello se subió encima de la mesa, hubo un conato de estriptís, que hubiera sido mucho más turbador, que el cotidiano, impenitente, cerúleo Baltasar.
El coreto Baltazar yergue su voz y muestra la enjundia de sus argumentos y temores, estamos dentro de su cabeza masticando sus pensamientos y nos convence de que puede estar desnudo subirse a la mesa y nosotros, estoy convencido de que los 50 asistentes estábamos en las disquisiciones morales de Calderón de la Barca y no en el insignificante detalle de que hubiera un hombre desnudo recitando encima de nuestra mesa con diez comensales.
Hay un contrapersonaje, Daniel, cuyos requerimientos morales son humillados y él mismo también, y se lo ejecutan muy físicamente, con el colofón de que le calan su blanca camisa con vino dulce, (con lo que huele y lo mal que se lava eso). Este hombre, que es el "bueno" en la época de Calderón, no puede más que recordarme al musulmán que rechazaba a primeros de julio la limpia agua de Candelario, jugándose la deshidratación por el camino bajo el plomizo son hasta Béjar, consagrado al santo Ramadán. Cuenta con la muerte como aliado, (todas las religiones tienen como aliada a la muerte).
No quiero alargarme y tampoco destripo más: me gustó que rapearan a Calderón, que bailaran y percutieran sobre la mesa, que tenía caja de resonancia como la de los Mayalde.
Sin marcar discontinuidad alguna, nos interrumpieron y nos dieron de cenar ricos panes trufados de variedad, naranja, nuez, higo, chocolate. Esto era verdad. Yo no me corté y quise probar todo, acompañado de rico vino. Volvimos al anticlímax del prolegómeno. Departimos los comensales, aunque la situación dramática no se había desanudado.
El último detalle es la vera muerte, que se quedó allí presente con el duelo y los gemidos de los mortales que abandonaban. Qué solos se quedan los muertos, pero también la abandonamos nosotros. La muerte duele al principio, pero luego hay que convivir con ella. Y volvemos a ser lo que somos, el vivo al bollo, que todavía quedaba algo de pan en la mesa.
Nadie pudo aplaudir, no se puede aplaudir la muerte. Nos quedó la sensación de "coitus interuptus", de deuda de honor.
Pero también que esa obra no podía representarse de otra manera.
Yo no puedo evitar echar cuentas: 6 € por 50 son trescientos euros, si hubiéramos sido todos espectadores de pago; pan, vino, vestuario limpieza, traer la mesa, gastos de gestión y taquilla, un 21% de IVA, viaje desde Madrid, hotel. Ahí no gana dinero ningún teatrero. Alguien se empeña. Todos echan carne en el asador por amor al arte. Por prestigio, por experimento, por realización profesional, por contarlo a los nietos, por puro reto... y nosotros los espectadores sintiéndonos regalados, estafadores de artistas, agasajados por el arte con mayúsculas.
Ni siquiera este otro pago: uno siempre goza devolviendo trabajo con el batir de manos, con el saludo recíproco, la comunión del escenario con la platea, con los redobles de aplausos cuando los actores vuelven a salir.
Fue desasosegante. Quizá ese desasosiego era el mensaje.
¡Viva el arte puro!. Creo que no existe otra motivación artística primigenia, que el arte por el arte. Es como la paternidad, se practica porque se ha recibido y se quiere reproducir ese amor, porque desde cualquier punto de vista numérica es antieconómica. Y es lo mejor que existe en el mundo.
Es la vida. También algo de lo más antieconómico.
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