Leo en las Crónicas Italianas de Stendhal un elogio de la bandolería andante, como manera del oprimido pueblo llano de defenderse de la corrupción de las opulentas familias de los estados italianos, de sus esbirros brutales, de sus jueces comprados...
en ninguna parte es tan notorio el precio de la mentira y ninguna fue ésta mejor pagada que en la Italia de la época que comentamos
Y me entra el arrebato sociológico de lanzarme a escribir. No sé en qué medida pueda seguir vigente esta vieja fascinación bandoleril en la Europa donde vivo, pero no tiene ningún sentido lógico, económico. Se trata de un delirio juvenil, sigue siéndolo, la curiosidad por los niños malos, por los mozos malotes que prefieren y declaran muchas chicas que no miran ni de reojo esa realidad de maltratos y feminicidios. La sociedad actual está llena de gente que quiere parecer aguerrida como un pirata festoneado de tatuajes y pendientes, que aparentan su virilidad por la estética, (dicen que se sufre cuando a uno lo tatúan- claro, ya sería mucho más caro si hubiera un médico anestesista de por medio) o por la indumentaria.
El tonto millonario de Maradona se tatuó al Che Guevara en un hombro, mientras con el otro brazo contrataba asesores fiscales que le buscaran cómo pagar menos a hacienda.
Los piratas: canciones de Espronceda, de Serrat, de Sabina... que yo me sepa. ¿Alguien querría encontrarse un desembarco pirata de verdad cuando está en la playa? Sí para hacerse un selfi, pero no para que le secuestraran y pidieran un rescate. El Mediterráneo está lleno de fortalezas y de torres vigía para avisar de la llegada de estos rapiñadores.
Los viejos bandoleros de los países del sur: los italianos, los andaluces, hasta hay un bandolero de los montes catalanes al que Don Quijote respeta... fueron o siguen siendo el sueño inodoro de las burguesas lectoras o de las niñatas actuales. Y encarnarlos de alguna manera, para hacerse atractivos, el de muchos alucinados por ello. (Con lo opulentos que son los hijos casi únicos de ahora).
Tras la guerra civil española algunos perdedores se reorganizaron en el maquis, los guerrilleros, para seguir dando guerra. Uno de Santa Cruz del Valle (Ávila) fue capturado pegando tiros en las montañas de Asturias después de la rendición y fusilado en el 40. Pero en la comarca abulense de Gredos hubo varios secuestros, en Santa Cruz del Valle y en Cuevas recogí testimonios. La Guardia Civil los llamaba oficialmente bandoleros.
A un colaborador de Santa Cruz que tengo grabado le multaron en gordo, por haber vendido un cordero a los maquis. Pero otra gente del mismo pueblo dijo de ese hombre los vendía más caros de lo que valían, aunque él me confesó que estaba entre la espada y la pared: primero que si no se lo vendía se lo quitaban, y si se los vendía tampoco sabía a quien lo hacía. Así debió sucederle, porque, inmediatamente la Guardia Civil organizó las "contrapartidas". Se quitaron sus uniformes se dejaron barba, trasvistiéndose de bandoleros, y se presentaban ante los serranos como maquis que venían a pedir o comprar ayuda. Así en cuanto cazaron a unos cuantos "colaboracionistas" a pocos les quedaron ganas de seguir ayudando aunque fuera por dinero a estos perdedores recalcitrantes.
Lo habré escrito por aquí, además los guerrilleros rapiñaban a los más pobres, a los que cultivaban en un mísero bancal serrano y no a los de las ricas vegas; los que tenían un par de cabras o cualquier apero en una choza. Pobres idealistas contra pobres de solemnidad aburridos, todos igualmente derrotados que solo buscaban salir adelante en la posguerra.
Hoy un nuevo bandolerismo estético campa, entre niños que tuvieron siempre habitación propia y "sus" cosas. Yo compartí habitación con mi hermano hasta que se fue de casa, quizá en la adolescencia tuvimos cada uno un cajón de la mesilla para nuestros tesorillos. Forma de bandolerismo son las criptomonedas, ese timo piramidal de un anarquismo en nombre de no se sabe qué, pero para listos, listos los que las crean y listillos los que pican en ellas y cuentan lo bien que les va.
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Realmente la escuela de vida, la mía por lo menos, es la agricultura. Uno extrae semillas de los tomates del año anterior y con ellas siembra un semillero, en un lugar resguardado de las heladas. Si han nacido bien trasplanta las plantitas a su definitivo surco, lo riega, lo pone al lado un tutor, (que en esta parte de Salamanca se llama támbara) ata las ramas para que no se quiebren por el peso de los frutos, y los recoge. Eso es la verdad de la vida pacífica y fructífera; Beatus Ille. Para mí carece de sentido fascinarse por alguien que me viniera a robar los tomates.