jueves, 27 de agosto de 2020

Otra palabra que patento: AGRAZO: dícese del abrazo agradecido

 Por el azar de que soy muy comentarista de vídeos de Youtube, vino a responderme un guitarrista que admiraba hace tiempo: Ricardo Moyano, argentino que vivió bastante tiempo en España, que ahora reside en Estambul.

La historia surge aquí: https://www.youtube.com/watch?v=qyBGIMqjlLQ&lc=UgyZ8DyX7vgycX7GTEp4AaABAg.98CCLm9xlr39Cn-t6o7EJk  tenéis que buscar mi cara con grandes gafas entre los 27 comentarios, y luego las respuestas. 


y termina aquí, en su canal, https://www.youtube.com/watch?v=B1XRPmJMR6g&list=RDB1XRPmJMR6g&start_radio=1


Aunque sospecho que no va a terminar: soy demasiado pesado para dejarme escapar una presa así.


PD El agrazo al ser un abrazo agradecido no se da igual altura, como los abrazos corrientes. Está más bajo quien lo da por haber recibido el favor, porque el dador ha sido engrandecido por su acto. 

 Aunque el agradecimiento quizá sea de igual volumen,  ya que, como decía un amigo mío:"Si quieres que alguien te este verdaderamente agradecido, acéptale sus favores".

Otra posdata. Resulta que busco y existe el verbo agrazar, que es lo contrario "disgustar, desazonar" así que la primera persona del presente singular es yo agrazo. Yo solo patento el sustantivo o esta acepción agradecida al menos. 

  

miércoles, 26 de agosto de 2020

Arturo Barea: la forja de un rebelde

 Este largo libro (es una trilogía) es algo que tenía pendiente, por la guerra civil, sobre todo. Sucede que al publicarse en el exilio llegaría a España en los 70, con el aluvión de muchos otros títulos panfletarios y menos panfletarios. Su autor, pienso ahora que estoy leyéndolo, no ha sido valorado como otros de su generación.


Voy gozándolo despacio y en las primeras cien páginas está siendo un libro prolijamente costumbrista. Me llama la atención que la infancia de este hombre, que nació casi 100 años antes que yo, sea tan asimilable a la mía, (no hay nada más estimulante en la lectura que encontrarse sensaciones de la propia vida en un libro): había muchos animales,  mucha libertad infantil real, aunque estuviera mezclada con la represión religiosa, y ningún electrodoméstico.

Soy de otro mundo muy diferente al actual, mis primeros 14 años son con agua que había que traer en cántaros o sacar del pozo con una cadena atada a un cubo. Toda la información se obtenía fuera de las puertas de casa; como mucho podías aprender algo de algún cuento a la lumbre del invierno. Hoy no, nada, casi de ninguna manera más que gogleando, mirando un tutorial: verdades, contraverdades, posverdades, propuestas publicitarias, engaños y desengaños, juegos, pornografía, todo al alcance de un clic.

Recuerdo como niño que no sabía por donde salían los niños, si se cagaban o se meaban; porque embarazadas, eso sí, se veían. El que las perras o las vacas tengan tan cerca, y en la parte de atrás, ambos agujeros hacía que uno dudara, especialmente si alguien insultaba a alguien diciendo "la madre que te cagó". 

Se tuvo que quedar embarazada una soltera de mi pueblo para que el tema arraigara en nuestras conversaciones preadolescentes y todos los amigos fuéramos recopilando información, los padres tuvieron también que hacer el esfuerzo de explicarse. Creo que ahí definitivamente lo supe: que no era necesario casarse para tener hijos. 

Doce o trece años ¿Qué pasa? me llevó saberlo. Las cosas no se explicaban, ni en la escuela ni en casa; eran "pecao" o guarrerías, la ignorancia infantil era parte del juego de desarrollarse y también del dominio de los mayores sobre los niños. El (des) conocimiento mítico: los reyes magos, el ratón Pérez, el vete al rosario, el hombre del saco, la tragamasa, los maquis, las culebras, los lobos...

Hoy es el coronavirus que nos ata. No voy a negar que sea real, pero está lleno de misterios, las fumigaciones de los pueblos con lejía, (en las calles de las ciudades no, en las de los pueblos vacíos donde no ha pasado nada) veo gente que usa mascarilla en su coche aunque vaya solo, escuché a una famosa locutora de radio dijo en su tiempo que metía el pan comprado en el horno a 90 grados para cerciorarse, antes todo el mundo tenía guantes, el miedo y la desinformación quieren dominar a la gente.

No soy un negacionista, pero cada vez que se dice de más para asustar y dominar, se crean personas descreídas e insumisas, sencillamente porque la realidad desmiente a los catastrofistas.

Yo solo conozco personalmente a cuatro muertos todos tenían más de ochenta años y todos estaban en residencias, el mayor, un hombre de 104 años. En todo el mundo en estos seis meses han muerto solo ochocientas mil personas. ¿Cuántos millones de personas han nacido?


Y yo que quería recomendar este libro a los de mi generación. A los de mi hija les sonará como a mí Homero. Supongo que es importante leer a Homero, pero un poco más leer historias parecidas a las que configuraron el ser de tus padres.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Sobreabundancia de fotos

 Amo la fotografía y la practico. Bendigo la baratura actual, por no decir semigratuidad, de este arte. Pero hoy mismo saqué de un ordenador a un disco duro portátil, más de veintitresmil fotos acumuladas en siete años. Si hubiera tenido que pagarlas al precio de antes, seguramente no habría hecho más de quinientas, que tampoco son pocas fotos que ver. 

Ahora yo hago cinco o diez fotos, por si acaso, con diferentes acercamientos, porque acaba de cambiar la luz un poco etc. Antes pensaba cada foto, la calibraba ensayaba la mejor posición, ahora no, ahora las descarto en el ordenador, y hoy que he guardado esas veintitresmil en un disco duro externo he estado eliminando otras doscientas, y más no porque es muy tedioso tener que elegir y descartar, de entre los archivos.

Me pasa lo mismo con los libros, he acumulado más de mil doscientos en casa, algunos muy largos, leyendo todas las semanas uno me salen 23 años, voy a cumplir 56 así que tengo libros hasta los 79, y eso que los libros que se compran se hace con intención de releerlos alguna vez.

Lo mismo me ocurre con la música o las partituras, no hay tiempo en la vida para tanto material.

Atesoramos como ambiciosos. Como de un principio no tuvimos, (puede que yo no tenga muchas más de 10 fotos de mis primeros 10 años)  y la misma escasez fueron mis primeras cintas de casette, mis partituras o los libros que en mi casa había de leer.

No hay tantas islas desiertas a las que llevar todo lo que acumulamos como si nos fueran a depositar en una ahora.

El atesorar esta riqueza, que solo voy a ver yo, (pobres nietos, si llego a tenerlos, como tengan la curiosidad de buscar qué le interesaba a su abuelo) convierte en un trabajo hercúleo lo que debía ser, sencillamente, un placer.









    

viernes, 7 de agosto de 2020

"Confesarse y cumplir la penitencia que me fuera impuesta, amén".

 Estoy leyendo ahora una biografía sobre el gran cineasta Luis García Berlanga y ha salido en ella lo de confesarse, él nació en 1921 y yo en 1964, con lo cual le dio mucho más tiempo que a mí de practicar (sufrir) el sacramento. Yo la última vez que me confesé, por obligación, ya que me obligaron a comulgar en la comunión de mi hermana, -la última vez que hice ambas cosas- ya tuve que incluir en el relato algún asuntillo sexual que no terminaba de explicar bien a pesar de que el cura indagaba persuasivamente. Era un cura de Ávila, desconocido para mí, pero me costó mucho precisar, si es que llegué a hacerlo.

Mi relación con la confesión es meramente infantil, pero me costaba trabajo plantearme qué es lo que iba a decir; la penitencia me daba igual, nunca me tocó rezar mucho: era un niño bueno. Me daba miedo el trago, pero luego me sentía bien, había cumplido mi obligación y además si moría en esos momentos con el alma recién lavada iría al cielo, con lo cual bajar recién confesado  las escaleras, verdaderamente empinadas y peligrosas, de la iglesia hasta mi barrio no me preocupaba en absoluto con lo cual me hacía ligero e invulnerable.

El inglés Chesterton, nacido anglicano,  estaba fascinado por el sacramento católico de la confesión y por el aprendizaje que podía haberle proporcionado a un cura, lo hizo detective: el Padre Brwon. (Todo esto no me apetece perder el tiempo corroborándolo en internet, así que si queréis hacedlo vosotros) . El caso es que ahora mismo pienso que practicar la confesión me hizo mejor, más humilde y más responsable, porque en algún momento, si hacía algo malo, tenía que humillarme, contarlo y pedir perdón. Creo que eso es educativo, edificante, le pone a uno los pies en el suelo, siempre hay que pagar la cuenta, uno no puede escapar "de rositas".

Agradezco ser como soy, creo que la sociedad también tiene que agradecer que yo sea como soy. En los tiempos en que crecí no valía todo, y si querías que valiera, por lo menos tenías que tener los arrestos de contarlo, de sufrir esa penitencia. 

Nada va a poder sustituir a la confesión, casi nadie la va a echar de menos, era una autolimitación, como que hubiera un tiempo de cuaresma, que culminaba en una pesada Semana Santa. Eso daba sentido al carnaval de antes y a todo el verano de después.

Es necesario psicológicamente para algunas personas sufrir, sumergirse en algo penoso para emerger. Puede que por eso participen en las ONG, aunque quizá la gente ahora sufre en los gimnasios o saliendo a correr, los excesos o desequilibrios de comer más de la cuenta, para que la báscula te dé la absolución.

PD. No creo que haya propiciado esta reflexión el hecho de que el rey Juan Carlos pidió perdón por haber matado un elefante y ahora que estalla todo aquello con mucha más fuerza ha escurrido el bulto diciendo que se va al extranjero. 

Creo que es más sano socialmente lo primero, pero ya hace tiempo que ha desaparecido el sacramento de nuestras vidas. 

miércoles, 5 de agosto de 2020

El juicio vital

Hoy arranqué una planta de calabacines perfectamente sana. Soy el Dios de mi huerta, decido trasplantar plantitas o árboles que no van a ser viables a otro lugar pero también decido matarlos. Tiene que ser así, es decir, tengo que intervenir para que todo funcione, si no las plantas silvestres se apoderarían de la mayoría del agua, estrangularían mis tomateras, se chuparían los nutrientes de la tierra. Un hortelano es un demiurgo ejecutor de malas hierbas. Aclaro que aquí el contenido "malas" no tiene ningún valor moral: son aquellas que perjudican la economía productiva.

Leo un libro titulado La fea burguesía de Miguel Espinosa que resulta un poco machacón pero está bien escrito y es, hasta ahora, altamente sugeridor.
En algún momento habla de las historias contadas desde el final. Uno piensa en amistades o proyectos que terminaron mal, que nos dejaron el último injusto sabor de boca, cuando en toda la misma vida hay dulce niñez, ardorosa adolescencia, asentada madurez y decrépita senectud, podemos decir esto mismo de cualquier proyecto que terminó.
Creo que hay que saber terminar bien, irse de la fiesta antes de que los borrachos se pongan pesados y empiecen los vómitos y las peleas, porque uno sabe que hay un momento de no retorno de lo bueno. Mejor conservar un recuerdo justo, equilibrado, sin pudrir, en sazón.
De los amigos que perdí expresamente sin posibilidad de recuperación guardo el feo recuerdo final y no es justo, hubo momentos felices, me esfuerzo en hacer justicia y tengo que reconocer que hubo ilusión, goce, aprendizaje, confianza. Quizá solo es que había que haber eliminado los momentos últimos que dejaron esa impronta.
Enjuicio la vida de mi hija en su conjunto, ahora son malos momentos de encrespamiento y de grosería, no sé cuantos años van a durar, pero remitirán. Ella me dio todo lo mejor que puede dar una hija a un padre. Pronto va a cumplir 20 años y me toca aguantar, es hija única y se comporta de modo tiránico, vivimos en los tiempos más anómicos que ha habido, pero supongo que estas edades nunca fueron, ni serán, fáciles.
Cuando recibo una mala contestación miro la niña que aún hay en ella y la niña con la que vivimos y descubrimos lugares en momentos maravillosos y espero en el futuro. Una hija no es un calabacín, y si lo fuera, es el único que hay en mi huerto.

¿Y Juan Carlos de Borbón? Merece, sin duda, lo que se ha buscado. Que pague lo que debe y que devuelva lo que no debió coger, y si tiene cárcel o juicios, que los soporte, no tengo ninguna duda, aunque me malicio que con 82 años y su fuero especial, será o lo harán impune para la justicia.
Como rey que agarró el testigo de la dictadura y propició el traslado a la actual democracia le aprecio. Era lo que tenía que hacer y lo hizo bien, aunque no le fuera fácil. Tengo los documentales de la transición, narrados por Victoria Prego y compré algún libro de Paul Preston que le pone muy bien.
Ni tanto ni tan calvo, yo no he sido ni monárquico, ni juancarlista; me cae muy bien el rey actual aunque no le necesito personalmente, ya que los boatos conmigo no van.
Lo que quiero decir de su padre es que los arribistas de otro momento suelen ser los primeros que decapitan las estatuas, precisamente por su complejo de culpa, lameculismo o estiracuellismo para salir en la foto. Me parece una lástima que el juicio vital de este hombre, a quien no le queda nada más que morirse, quede tan embarrado por el final. No es justo, pero hay que saber irse a tiempo y, sobre todo, no creer nunca a los endiosadores.

sábado, 1 de agosto de 2020

Puétero

A Javier Lobato.

En la película La Colmena de Mario Camus basada en el libro del mismo nombre de Camilo José Cela sale un personaje, creado expresamente para la película, a fin de que el escritor gallego tuviera un papel en la misma. Se trata de un "inventor de palabras" que aparece en una tertulia de poetas presentado por Paco Rabal y que explica su habilidad a la concurrencia con un ejemplo la palabra "bizcotur" enunciando cual diccionario el significado que le atribuye.

Pues yo hoy he decidido dar forma a la palabra puétero, que etimológicamente vendría a venir de "portador de étereos razonamientos". Es ese tipo de persona que se exhibe con gran seguridad enunciando las más peregrinas teorías, que él sabe "de buena tinta", porque tiene contactos con unas personas muy especiales que, por estar en el poder y el meollo de las cosas, son sabedores de la auténtica verdad y no eso que nos dan de comer al resto de los mortales como realidad. El puétero se muestra ante nosotros como un superdotado de credibilidad, y no suele consentir que se le ponga en duda ninguna afirmación por peregrina que parezca.
Un sinónimo sería "fantasma" o " sujeto conspiranóico".

¿A que todos habéis conocido en vuestra vida, por lo menos, un par de puéteros?





Pues nada: a ver si con vuestra ayuda un día conseguimos que el ordenador no me subraye esta palabra en rojo porque la haya admitido la academia.

Entender el mal.

La inteligencia, puede que la propia etimología de la palabra diga eso mismo, es la capacidad para entender las cosas. Buscar la causa, el mecanismo, despojarlas de explicaciones míticas, conspiranoicas, diríamos ahora y enfrentarse francamente a ellas.

Voy a definir mal como aquello que nos perjudica, nos hace daño a nosotros. El sol, el agua, que son la vida, también son la muerte, uno puede obtener del sol un cáncer de piel o que se sequen las plantas, o que a causa del calor no consiga dormir; del agua solo diré el refrán "nunca llueve a gusto de todos". La experiencia de la vida es entender que a veces hay sequías o inundaciones y eso normalmente no es culpa de nadie, aunque cada vez la actividad humana, sin pretenderlo, influya más en la climatología.

El mal nos molesta, perjudica nuestro trabajo, hasta nos mata. La explicación del mal es básica para la sociedad, para el poder o para la religión, que es la forma tradicional más sibilina de control social. Si personalizamos el mal en los inmigrantes, en los burgueses, en los comunistas, en los banqueros, en los intermediarios, en los masones, en los fascistas, en el diablo ya habremos dado a la gente una solución fácil de entender, habremos conseguido aislar el mal y ahora solo queda eliminarlo, (curioso: me vale lo mismo para el coronavirus, hay que aislarlo y después matarlo, así de simple ¿verdad?) Pero el mal, como el coronavirus también está dentro de nosotros, tendremos que entenderlo y negociar cómo nos va a hacer menos daño, cómo le daremos de lado con una vacuna que genere anticuerpos o con una medicina que excite nuestras defensas.
Ayer una persona me dijo que "desde el principio no se le quita de la cabeza que esto ha sido provocado". Hay mucha gente que piensa así, entre ellos mi amigo Luis Pancorbo, que no cesa de sugerirlo. Yo no puedo descartarlo absolutamente, no soy científico, no soy entendido, no he pasado parte de mi vida estudiando los mecanismos de los virus, pero la mayoría de las personas que afirman que ha sido provocado tampoco; es más, la inmensa mayoría de los entendidos, que  saben de la complejidad de estos mecanismos opina que es una mutación natural: Darwin, ¡vaya!

Pero lo fácil no es encontrar la causa o la solución, lo fácil es encontrar un enemigo. Toda la vida se ha hecho así, Hitler lo hizo con los judíos, Stalin con los comunistas que no le seguían, La revolución Cultural de los chinos, Pol Pot...

La vida no es simple, quien estudia lo sabe, todo requiere trabajo, hacer y deshacer, invertir, cambiar de materiales... si uno concluye que, sencillamente, le persiguen, llega a un fatalismo que le impedirá salir adelante, llegará al suicidio, o a conductas antisociales, como robar o estafar, porque todos lo hacen o porque la sociedad es injusta con ellos.

Hay gente, la mayor parte, que se enfrenta con las contrariedades, que construye una presa para almacenar agua y soslayar la sequía, que diseña tejados o aliviaderos para que el agua escurra cuando llegue la tormenta, y que no se viene abajo cuando su trabajo fracasa porque el sol es más persistente o la lluvia más torrencial: hay que volverse a levantar, sobrevivir con más trabajo o mejor entendimiento.
Parecido pasa con la adolescencia, nuestros hijos siempre se juntan con malas compañías, nunca ellos son la mala compañía, como si los otros no tuvieran padres. El mal, el cambio, están en nosotros y tiene que llover y haber sequías, los mosquitos picarán y la salmonela brotará si no cocinamos bien y con higiene,

Supongo que todo lo que he dicho son obviedades. Hoy he escrito como los libros de autoayuda. A veces, como hacen estos libros, a uno le conviene desmenuzar las cosas para separadas, entenderlas mejor, aunque ya las supiera.