Creo que este título me ha salido por la letra de la canción de una serie muy famosa de dibujos animados que se llamó Mázinguer Z, aunque quizá no sea así y diga "la verdad". Da igual. Pertenece a mi adolescencia y es de lo que trata este libro, que ignoro por qué entró en mi biblioteca, (un bestseler del que acabo de ver en wikipedia se han impreso 10 millones de ejemplares desde 1954 en que lo escribió una chica de 18 años llamada Françoise Sagan, no es algo que suela escoger yo)
Según lo leía -en menos de un día- me dije "yo esta película la he visto". Estos personajes, este tratamiento del sexo, tan desenfadadamente francés, libre y moderno, a pesar de haberse gestado en 1954, cuando en España era un tema prohibido que se ejecutaba matrimonialmente debajo de las sábanas y casi siempre (como dios manda) traía los niños y niñas que nos faltan ahora. En el texto se disecciona brevemente sobre la magia de hacer el amor, contraponiendo el verbo "hacer" que es lo más concreto y visible, con la palabra amor que es abstracta, inasible, etérea, sublime.
Pero no es el tema, aunque supongo que en nuestro país se habrá visto durante muchos años como escandalosa o semipornográfica esta manera tan animal e intranscendente, tan porque sí de hacer el amor.
El tema verdadero es la maldad adolescente porque sí. Y como es algo real que hemos sufrido todos, ahí esta el éxito comercial de la historia. El empeño de ejercitar ese poder porque se puede; un niño no puede hacer el mal, aún no tiene el "uso de razón" ni la constancia necesaria para ejecutarlo con malicia y contumacia. Un adolescente quiere medirse, quiere demostrar que puede; como el mal que ve hacer a los mayores, quiere alcanzar el respeto de poder ejecutar la destrucción, de ser malo y temible, de ganar despiadadamente.
Yo tengo, y lo habré escrito aquí, dos dolores de maldad en mi primera mi adolescencia. El primero fue cuando maté a un gorrión en la nieve: en mi pueblo se cazaba, mi padre traía furtivamente conejos cuando podía para variar las proteínas que ingería la familia, los cazadores con licencia los traían colgados del cinto, ufanos; los niños cogían nidos y torturaban a perros, hacían gamberradas, o quemaban lo que se les antojaba con una caja de cerillas, que como una navaja, algunos llevaban en el bolsillo. Yo era un niño bueno y en mi casa había una escopeta de perdigón: me manché con la sangre tibia de un gorrión al que había disparado en el corral de mi casa cuando el suelo estaba nevado. Me escoció aquella sangre en mis manos y me dije: "ahora deberías desplumarlo y comértelo. Lo mereces". No lo hice pero tengo la cicatriz de la lección en el alma. Entonces había vivido menos de trece años.
La otra herida que tengo es que una tarde le dije a una chica, a una buena chica pecosa y de pelo largo, "mira, no te aguanto más" por hacer valer una canción de José Luis Perales, y lo hice con testigos, para plasmar mi poder, mi fuerza, y resulta que esa chica siempre me cayó muy bien, era buena y sin misterio, como asequible, (ahí estaba su problema conmigo) quiero pensar que los dos teníamos dieciséis años, pero sobre todo deseo pensar que ella se haya olvidado de aquello. La cuestión, que ya creo haber escrito aquí, es que yo era bastante payaso y las chicas me trataban mal, y como el destino me puso en la circunstancia del poder, lo ejecuté como aquel perdigonazo al pajarillo, porque podía, porque sí, y porque era mayor y soberbio. Una adolescentada, que hubiera podido tener consecuencias dolorosas para el alma de la chica.
La novela trata de eso: una fábula sobre la maldad consciente, y por ello debe ser recomendable para aquella edad, o para reforzar en cualquier otra la tautológica frase que por ser tan simple puede que nadie haya patentado.
"es mejor ser bueno que malo"
No hay comentarios:
Publicar un comentario