Hoy la he vuelto a escuchar por la radio y compruebo que me la sé completamente: es un gran disfrute saberse las decenas de melodías con sus exposiciones y reexposiciones, sus contrapuntos, sus cambios de timbre, sus tuttis... es un placer como todas las de Beethoven SChubert Schumann Brahms... También me sé un montón de conciertos para piano y orquesta y de violín y muchísima música de piano, guitarra, violoncello...
No es extraño que a mis sesenta no me quepan nombres en la cabeza, que no tenga espacio para recordar muchas cosas, incluídos libros, que compro repetidos vuelvo a leer hasta que me doy cuenta de que ya lo había leído, o peor, que no me doy ni cuenta, de todos modos muchas veces no sé nada del final hasta que no lo acabo. Luego ya sí, caigo en que lo había leído.
Con la música, que está viva, y cada escucha es diferente, como dicen en un programa de radio clásica, es distinto. Para ello es necesario, para mí, paladearla dos o tres veces y ya está conquistada; ya la preveo y la disfruto, pero eso solo suele ser con lo clásico más clásico, porque tengo tanta música y ponen tanta en la radio (además de que mis acúfenos a veces me hacen renunciar) que procuro no repetir, seguir acaparando. Pero hoy la he gozado. Me dan ganas de ponerme el disco de la Orquesta de Cleveland para volver a bañarme.
Compré los seis conciertos para piano del brasileño Mozart Camargo Guarneri en la liquidación de la útlima tienda de discos de Salamanca (fue en 2013) y quisiera aprendérmelos también porque son muy buenos: los músicos siguieron haciendo muy buena música clásica, y ahora también siguen, pero ya no puedo, será para otros. Es demasiado.
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