Comentaré solo esta última foto "fea" pero elocuente de lo que fueron estos campos por donde nos perdimos hasta que llegamos al Castillo que nos había enamorado desde abajo del valle, así explico el título del artículo de hoy.
Empezaré contando mi infancia. Desde que pude con el peso de los cántaros de barro y empujar el carretillo donde estaban unas cantareras hasta el año 1978 que mi familia me llevó a vivir a Ávila, fui a la fuente pública, a hacer cola para llenar los cántaros y llevarlos a casa, allí coincidí con muchos vecinos y vecinas de todas las edades y con gente que pasaba por allí. A la fuerza uno se hace sociable alrededor de lo más simple y necesario que es el agua. Tenías que hablar o que escuchar conversaciones. Muchas veces había un chorrito pequeño de agua y debías escuchar el eco musical de como se terminaba de "enllenar".
Así sucedía en los pueblos de la España seca, que tenían y tienen que agruparse al lado de ríos arroyos o fuentes donde poder vivir cómodamente. En estos lugares norteños, donde hay agua por todas partes, cada una de estas casas tiene lo suficiente con su propio pozo para sus necesidades y las de su ganado. Nuestras madres y abuelas del Sur lavaban en lavaderos comunitarios donde también tenían que compartir, hablar, y hasta cantar. Los pueblos andaluces extremeños y castellanos están agrupados por necesidad.
En las poblaciones dispersas la gente no se necesita ni se tropieza tanto, pueden permitirse ser islas autosuficientes, pueden ahorrarse el contacto humano que muchas veces no apetece. Es fácil ser huraño si uno se aísla, es más cómodo que preocuparse de dar conversación, aunque muchas veces una tonta conversación puede llevar a un entendimiento, a una proximidad, a un aprecio por otra alma distinta a la que uno es. Si nos fuerzan a ser sociales nos asimilamos a esa dulce mediocridad que comparte risas y temores, y noticias útiles y cotilleos o "informaciones", que es lo que más une a la gente.
Incluso la gente que vive dispersa puede que tenga una mentalidad defensiva, no colaboracionista, Aunque no descarto que estos dos caseríos hayan colaborado históricamente entre sí, pero probablemente con nadie más. En un pueblo es posible colaborar con más gente. Ahora que escribo esto después de la tragedia de Valencia, mucha gente se ha dado cuenta de que necesita a los vecinos para mover un coche atorado o para que le presten una pala, o para que le dejen subir a dormir al piso primero ya que el bajo está con el agua hasta la cintura. Las dificultades amistan a la gente, nos hacen volcar la humanidad.
Supongo que a lo largo de generaciones se va conformando un carácter social. Así los sureños somos más simpáticos porque nuestros antepasados necesitaron serlo, y se tardan en cambiar las costumbres.
Aunque con el tiempo vayamos a ser todos iguales por el influjo de las pantallas y pantallitas.
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