Cuando de adolescente abandoné la religión me entraron ganas de definirme en política y, por supuesto, me definí de izquierdas. Franco había muerto a mis once años recién cumplidos, mi padre era un cantero que volvía a casa lleno de polvo y las manos siempre callosas, no teníamos coche ni teléfono, y además pensaba trágicamente que me vestían mal; yo me consideraba "pobre"...
y también para un soñador siempre es más preferida la fraternidad que el egoísmo.
Luego empecé a leer ávidamente libros sobre la misteriosa Guerra Civil, que estaban muy de moda; entonces también me manifestaba abiertamente como ateo: poco duré con las timoratas medias tintas de agnóstico, no practicante o algotienequehaber. Ateo y de izquierdas, una religión por otra.
El izquierdismo me duró mucho, cuarenta años por lo menos; había cumplido los 18 justo a tiempo para meter con mi papeleta a Felipe González en la Moncloa. Aunque un poco después me cargué un cartel luminoso en la calle Federico Anaya de Salamanca en el que Felipe pedía el SÍ a la permanencia en la Alianza. (También había discutido con mi novia esa tarde, lo digo como atenuante). Conservo una propaganda de cuando el PSOE aún no estaba en el gobierno.
Ha sido el único acto vandálico que he realizado en mi vida. Entonces mi razón era que los españoles no tenían que estar alineados con unos en contra de otros, yo no quería estar en contra de los rusos, además me gustaba más Tchaikovsky que el Jazz, y los americanos me parecían incultos, zafios y seguidores de Reagan, un vaquero trasnochado del oeste y ostentosamente armado.
En represalia por haber perdido el referéndum que pensé que había sido por "pucherazo", (en mi Salamanca de estudiantes era inconcebible que ganara el sí..., recuerdo a Alfonso Guerra saliendo a dar los resultados: no me lo creía) dejé de votar en las siguientes elecciones generales. (Ahora no quiero que Trump nos eche de la Otan, fuera tendríamos que defendernos con más gasto aún).
Pero después empezaron los de derechas furibundamente: una emisora llamada Antena 3, a meterse duramente con "Felipe" y volví, comencé a defenderle frente a los que le odiaban. Leía EL País, mi periódico. He discutido mucho con alguna gente. Seguí haciendo amigos de izquierdas, voté a Zapatero cuanto pude y me encantaba Rubalcaba a quien entregué mi último voto socialista, pero ya había visto profesionalmente muchas perversiones del estado del bienestar en Mombeltrán, mucha gente que cobraba subsidios, trabajaba en negro y además se lo gastaba en putas o en coca, y funestamente el Barranco de las Cinco Villas que yo tanto amaba pasear se quemó: los dineros que cobraba mucha gente paniaguada deberían haber servido para tenerlo limpio y poderlo defender del criminal fuego que lo devastó.
Además encontré también víctimas de la guerra del otro lado, de los nacionales. Eran los mismos viejos, el mismo dolor con un mes de diferencia.
Ahora leo un libro llamado No será la tierra de Jorge Volpi y un personaje adolescente opta por ser de izquierdas, concretamente anarquista, y yo me paro en la lectura para venir a escribir aquí la diferencia entre la izquierda y la derecha.
Cuando uno decide ser de izquierda adquiere un regalo bonito, la fraternidad, ignorando cómo es la gente real, pero sí; repartamos, ayudemos, reequilibremos, seamos buenos, salvadores. Desde arriba, claro, el estado impone recortar las diferencias que hay entre las personas; por nacimiento, por trabajo y por suerte: la justicia social.
Correcto, hermoso, ideal; también religioso, uno sale, como yo, del cielo de la religión y quiere traerlo a la tierra; seamos buenos e iguales todos que todos somos hijos de dios.
Ahí está. Pero no observemos cómo es la gente de verdad. Todo el mundo trata de aprovecharse, de tomar lo que pueda a cambio del menor trabajo posible, muchos no dudan en hacer cosas ilegales: cobrar comisiones, llevarse dinero, barrer para casa. Aprovecharse. Y lo hacen lo mismo los de arriba que los de abajo: no somos hijos de dios, somos egoístas; el 90% de la gente al menos.
Creo que la derecha reconoce más francamente al género humano, no trata de satanizar a quién se enriquece; es lo natural, la riqueza de las naciones es mayor si dejan trabajar a la gente y beneficiarse con ello: el pueblo se afana, quiere los mínimos impuestos, sin embargo las izquierdas proponen impuestos para los que arriesgan o se afanan en trabajar y ganar, pero resulta que los socialistas por debajo también quieren sus facturas sin IVA y cuando reparten es, sobre todo, para ellos mismos. Son como los curas-fariseos de antes, haced lo que decimos, pero no miréis lo que hacemos, porque somos como realmente somos aunque nuestra ideología no reconozca el egoísmo como motor de la economía, como motor del trabajo, como motor de la naturaleza.
El mundo es muy complejo, y se gobierna y funciona por un montón de decisiones cruzadas. Y con cuanta más libertad funciona mejor, es lo que pienso ahora, creo que el estado se justifica solo si es escrupuloso en el gasto.
En cuanto a la igualdad, creo que desde que yo he nacido, aquí en España, todo el mundo ha podido optar a becas y quien no ha llegado a más es porque no ha querido o no se ha esforzado lo suficiente. Mucho más claro es en el caso de mi hija que nació en el 2000, que es única como muchas de sus coetáneas. Quizá haya en su época más que tienen un hermanito, pero los padres con los que hemos compartido colegio público han podido "dar estudios" si sus hijos han valido. Otra cosa es para la música que mi hija tuvo oportunidad por mi gran afición, pero no nos hemos gastado tampoco mucho en ello. Creo que nacer en una familia musical es importante por la valoración que no todo el mundo da a este arte, pero en todas las familias se valora el sueldo de un médico o un arquitecto o los beneficios de Amancio Ortega, es decir, todas las familias apoyan a un hijo que quiera ganar el máximo dinero posible.
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