Admiro a los que la tienen; suelen tenerla y mucha los músicos buenos, yo nunca podría serlo, nunca pude por más que quisiera cuando fui joven. Ahora no me concentro ni para leer, ni para dormir; antes me costó mucho concentrarme para estudiar.
Siempre he tenido mucha capacidad de distracción.
Sin embargo poseo una inmensa capacidad de concentración cuando algo me preocupa. No hay remedio que pueda distraerme de ello, y a medida que me hago más viejo cualquier preocupación me hace más daño, o esa impresión tengo.
Escribir es una terapia, mientras veo que salen letras en el ordenador y voy diseñando mis ideas, ordenándolas, consigo desarmar, a veces desnudar, a las preocupaciones. Será por eso que escribo tanto, será por eso que ahora escribo todos los días. Es una satisfacción cuando termino; tengo una impresión semejante a cuando he hecho mis kilómetros en bicicleta o corriendo: que ya gané un día o una mañana; algo benéfico que no me quitarán. Mi tarea.
Pero cuando lo dejo vuelven las obsesiones, los pensamientos circulares, las argumentaciones repetitivas, la cabeza se hincha con una concentración inusitada. Debería experimentar, hacer alquimia cerebral, con esa fuerza conjuntiva, regodearme en ella para ver si así me purgo de sus nocivas consecuencias. Vacunarme, hacer yudo, ir a por ello sin miedo que es una táctica que sirve a veces contra los perros que vienen corriendo bravos.
Parece que sería un masoquismo insoportable, no creo que me vaya a inventar un truco liberador.
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