viernes, 17 de enero de 2025

El descubrimiento del mundo en tres dimensiones

 No sé si lo habré escrito aquí alguna vez, pero mi película favorita es Amarcord, que significa "me acuerdo" en el dialecto de Rímini que es la ciudad natal de Federico Fellini, su director y guionista junto a Tonino Guerra, que también firma este libro.



Regalo que encontré por un euro, editado en 1974, no sé si a rebufo de que consiguiera el Óscar a la mejor película extranjera o ya estaba previsto como forma de explotación. Por cierto, dudo que se pudiera estrenar completa en España en aquel tiempo. Hay varias escenas que no pasarían censura.

El libro es una transcripción de la película, narrada en presente, y se lee en volandas por alguien como yo, que la habré visto devotamente cuatro o cinco veces (la tengo grabada en videocasete), y que además tras muchas búsquedas, hallé una partitura para tocar el tema principal con la guitarra. Hasta he sacado de oído -virtud rarísima en mí- otros temas porque son tremendamente evocadores. El tema principal se ha utilizado y se utiliza en muchas ocasiones como sintonía paradigmática de lo que puede ser EL CINE.

Amarcord por un viejo musicalmente estreñido

Pido perdón otra vez por esta perpetración musical.

Según lo leo reconstruyo las imágenes de la película y me vuelve a secuestrar su aroma. Embebido, "me acuerdo" de mi vida, de esos momentos de emerger francamente desde la infancia oficial para descubrir los grandes temas, el sexo, la fascinación por lo maravilloso con todos los matices, los personajes peculiares de la vida, el humor, la literatura popular (siempre oral) de mi pueblo: esas historias que ya podía escuchar y comprender porque no era un niño, (aunque siga siéndolo a los sesenta años).

Una obra de arte como ésta conmueve, contamina, hace vibrar simpáticamente las cuerdas del recuerdo, y me arrojo a dar gracias a la vida por haber conocido todo lo que me fue dado conocer, y por tener la sensibilidad para bañarme en esta charca cada vez que aparece el genio de la lámpara que me pasea por la nostalgia.

Y es que nadie que no lo haya visto podrá imaginar que en mi pueblo hubiera muchas gallinas picoteando por las calles, que ningún habitante de entonces se daba cuenta de lo horriblemente mal que huelen las heces de los cerdos porque en casi todas las casas había una pocilga donde engordaban para en invierno les hicieran matanza. Y que sus carnes y huesos eran la mayoría de las proteínas que alimentaron mi niñez, gran parte de la vida de mis padres y toda la de mis abuelos. Tampoco nadie que no lo viviera podrá comprender ahora que en mi pueblo hubiera seis o siete rebaños de ovejas, y uno de cabras (Me quiere llegar al cerebro el olor más ácido de las cabras ahora mismo). Las ovejas pasaban por las calles con su monótona música de cencerros y dejaban las bolitas negras de sus cagaditas, y levantaban una polvareda (polvanera se decía en mi pueblo) que en verano casi asfixiaba.

Mi padre me decía los pastores son mu brutos

                             los cabreros mucho más

                            y llegando a los vaqueros

                           ya es una barbaridad

Yo creo que estos "vaqueros" de la copla deberían ser los del oeste americano, porque los de Cardeñosa eran pacíficos conductores de las mansas vacas y ordeñadores de su leche, que el pueblo exportaba y se abastecía hasta finales de los años ochenta. Natas como las de aquellas leches nunca volví a ver.

Me disperso siempre. Doy gracias por haber satisfecho o querido satisfacer mis curiosidades en tres dimensiones como el adolescente que protagoniza Amarcord. Los niños de ahora lo conocen o desconocen todo en las pequeñas pantallas de sus teléfonos móviles inteligentes. Yo ni siquiera tenía una enciclopedia, la anatomía había que espiarla, preguntar por ella o descubrirla si tenías edad y suerte de que alguna joven te lo permitiera a cambio de correspondencia. Sobre el sexo propio mirabas de reojo la picha de tus amigos para saber si lo que tú tenías era igual y reglamentario.

Yo tuve la suerte de llegar a la adolescencia cuando se empezó a permitir la pornografía en los quioscos de España (pronto desaparecerá la palabra quiosco del diccionario), pero otra gente anterior tuvo que conseguir imágenes clandestinamente, supe que había barajas que supongo que vendrían de contrabando, lo mismo que revistas compradas en Francia que se podían pasar de mano en mano, con la expresa petición de tener cuidado de no mancharlas.

Por supuesto en mi época ya no era imprescindible casarse para tener relaciones o al menos ver y acariciar cuerpos femeninos. En la época de Amarcord esto solo se conseguía muy escasamente o pagando prostitución.

Pero toda la fantasía, y todos los trabajos que costó afirmar el conocimiento del sexo en los tiempos sin pantallas caseras o privadas, se ha perdido para las generaciones presentes; por eso me malicio que esta obra maestra de Fellini, que tanto me hace disfrutar y evocar a mí, también les será incomprensible.

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