Yo no sé de dónde habría de venir para que aterrizar en París no le pareciera a uno tan deslumbrante, enorme, inabarcable en todas sus verticalidades y horizontalidades, en esas magníficas líneas rectas que se pierden en el horizonte. En su monumental arte anónimo( y digo esto porque París no tiene un deudo claro como Roma, tiene con Miguel Ángel o Bernini) quizá una parte del mundo -más culta en arquitectura que yo- los conozca, pero sólo sé de un destacado constructor y artista francés: Gustave Effiel, el de la torre. Por cierto, la torre es una excrecencia o un despropósito ocasional, que gustó, o impresionó tanto a finales del siglo diecinueve que nadie se atrevió a desmontar como estaba previsto y ahí están esos hierros: hechos para siempre el símbolo de París, de Francia y hasta de Europa.
Yo tenía decidido prescindir de esa tópica visita, sobre todo de las colas de acceso a ese monumento esquelético que parece que uno pudiera adivinar desde abajo sin más trámite. No convertirme en un turista más de la manada.
(Y total a uno no le dejan subir más que hasta la mitad)
Me equivocaba, quiero decir que acerté al rectificar: aún subir a la primera terraza ya es una altura de vértigo, y las vistas que ofrece son merecedoras de sus abundantes escalones y de no menos abrumadora espera.
París se convirtió para mí desde la primera tarde en la ciudad de los escalones. Nos apoyamos en unos 700 para subir a la segunda terraza de la torre Effiel, pero al día siguiente nos apoyamos en otro montón de ellos para subir a las torres de Notre Dame, y luego subiríamos y bajaríamos otra buena cantidad, visitando las incontables salas del Louvre. No contentos con ello, subimos a los del Arco de Triunfo y, para rematar, descendimos veinte metros hacia las catacumbas, donde en el siglo XVIII alojaron los huesos de dos millones de personas al clausurar algunos cementerios.
La vorágine constructora no ha cesado nunca en esta ciudad. Es estimulante ver todavía grúas (esas pequeñas torres eifeles portátiles que avasallaron por doquier España de 2000 y 2006).
París es enorme y pluscuamperfecta, por eso está tan bien ordenada, y a un escritorzuelo del Sur, todavía obnubilado, le cuesta seguir un orden mental. Tantas impresiones de una semana admirando sin descanso, entraron en mi mente con tanto desorden como se alojarán, en lo que escriba en estas crónicas.
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