Hay una obra de teatro social madrileño de primeros
de siglo XX en la que un hombre llega disgustado a casa porque un compañero de
trabajo acaba de estrenar un traje. Recrimina a su mujer que no haya sido capaz
de ahorrar en los dos últimos años para reponer el suyo, muy gastado.
Otro día el protagonista se da cuenta de que leva
siempre lentejas de comida mientras que su compañero del traje lleva variedad:
también garbanzos con chorizo, arroz ...y hasta pollo.
La mujer alega que con el jornal que trae a casa no
puede hacer más de lo que hace. Él se ve tocado en lo más íntimo, y
violentemente argumenta que su compañero gana el mismo jornal que él, lo que
pasa es que tiene una esposa que lo sabe administrar mejor.
La mujer se deprime y la situación se tensa hasta
hasta el borde de la ruptura del matrimonio, cuando, por fin se descubre en el
barrio que la “gran administradora” se dejaba manosear del tendero; por eso
tenía gratis la vituallas y se podía permitir comprar el traje.
Entonces el incrédulo atribulado pide perdón a su
mujer y se alegra de llevar un traje raído y de comer todos los días lentejas.
En el fondo late una crítica a los bajos sueldos.
No recuerdo bien (no saldrá en la obra) pero es muy
probable que otras afectadas por el agravio comparativo “se olieran la tostada”
y propiciaran que se “descubriera el pastel”.
Me malicio que otras marcas automovilísticas habrán
alertado a las autoridades estadounidenses sobre que no les salían las cuentas
de las emisiones de los motores de Wolkswagen. Porque supongo que cuando
alguien saca un producto nuevo, la competencia lo abre, lo estudia con la
máxima escrupulosidad para ver qué pueden mejorar de lo suyo y habrán
encontrado la trampa.
Gran noticia mundial es la trampa que la Wokswagen tenía en sus
motores de manera que al notar que le ponían la pinza de examinar los
humos, gestionaban la potencia para
reducir las emisiones nocivas, y así pasar límpiamente las pruebas, reservando
la sucia contaminación ordinaria para todos los demás días y para todo el
mundo.
Seguramente son una pequeña medida, pero no es ninguna broma: si la sociedad puede empeñarse en que los
coches no deben dañar la naturaleza ni la salud de los hombres más que hasta
un determinado límite, lo hacemos por la salud pública. Es más, puede que haya
clientes de esa marca que presuman de todo lo que corren y de que, además, lo
hacían respetando más que otros el medio ambiente. Incluso pueden sentir la
justificación para no apagar el motor esperando a la puerta del colegio de sus hijos pensando sinceramente que no era muy nocivo lo que salía por su tubo de escape.
Aunque sea un desprestigio para la industria alemana
y hasta repercuta negativamente en la economía europea. Está justificado el escándalo: el que sea sea tramposo que
pague la multa.
Es de lo más grave jugar con la salud.
PD No sé si será cierto, pero yo soy del
pensar que a todo el mundo le terminan pillando. Recuerdo a Lance Armstrong.
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