martes, 15 de septiembre de 2015

INAGOTABLE PARÍS AGOTADORA (3) La Torre Effiel: un alarde.




Dije que no perderíamos el tiempo en ella;  más, después de ver esa cola tan lenta y enorme. La lentitud que impone el despacho de billetes se agrava con el sobreesfuerzo que es para Francia y para todos los turistas, el paso por arcos detectores, y el escrutinio permanente en lo que hay en las mochilas y bolsos. La cola se nos amortiguó cuando entablé contacto con una señora colombiana, muy crítica con el gobierno de su país. Lo mejor que se puede hacer en una cola es encontrar conversación inteligente; la lástima es que yo no me decidiera antes a proponerla.

Entretanto, pasamos todos los trámites para lanzarnos a nuestra primera escalonada. Es impresionante la cantidad de tripas de acero que tiene un monumento como éste, yo imaginaba la cantidad de golpes metálicos que se dieron a la enormidad de piezas de las que está compuesta y calculaba los cientos de miles de barras de hierro que se fundieron, acarrearon y levantaron, hasta estos espacios inverosímiles. Siempre tengo presentes las inclemencias meteorológicas percutiendo sobre los obreros que arriesgaron su vida por su salario en cada paso, también sus dudas sobre si aguantaría lo recién construido por ellos, si los cálculos del ingeniero serían suficientes para poner encima de cada pieza la cantidad de peso que al final tenía que soportar. Pienso, calculo cincuenta, cien muertos; infinitos lesionados, no sólo en su construcción, también en loa añadidos  y sucesivas instalaciones y reparaciones. (por ejemplo hay que pintarla de vez en cuando para protegerla de la corrosión) 

En el primer piso hay mucho comercio de recuerdos y hostelería, muchos juegos, un auditorio, y unos cristales desde los que mirar a las minúsculas personas que hay abajo. Me entra un escalofrío recordar lo que sentí apoyando los pies allí. Procuraba pisar en los armazones de metal que los sustentan. En todas partes hay mucha gente valiente, -hasta temeraria a mi juicio- pero a todos nos impresiona, y a nadie, que yo viera se le ocurrió saltar sobre los cristales a ver si resisten, aunque todos sospechemos que están calculados para ello.  

esos puntos son personas.

Creo que ese cristal, desde el que se ven pulgas antropomorfas bajo nuestros pies,  nos da la dimensión del monumento y del trabajo humano y a uno le sitúa definitivamente -a mí lo hizo desde la primera tarde-, en la superestructura que es París, un sitio de escaparate, como lo fuera Roma, para expresar el poderío y la capacidad de una nación, de un imperio, donde un hombre solo siempre es bien poco, por eso tenemos que enorgullecernos de que personas de nuestro país, como Picasso, Induráin o Rafa Nadal  hayan sido muchos días de su vida tan importantes como para atraer la atención de esta ciudad colosal.





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