lunes, 12 de octubre de 2020

La vida vicaria

 Ayer pusieron en la televisión un documental sobre el cantante Victor Manuel. Nunca, desde que toco la guitarra, tuve interés por los acordes de su música; ni recuerdo haber cantado en los bares, cuando bebía con mis amigos, ninguna canción suya.

Sin embargo ayer descubrí que sus canciones vivieron en mí, que las recuerdo porque me las supe bien: que me las sé ¡vaya!. En 1980 me compraron un casette Sanyo, sin radio, con radio un radiocaset valía el doble. Para tener música que escuchar un amigo y yo compramos a medias un cable cordón umbilical que nos permitiera grabar de su casette a mi casette. Una de las pocas cintas que grabamos fue "Soy un corazón tendido al sol" de una hermana suya, y así fue que me aprendí todas las canciones de ese disco. Ahora se me viene el recuerdo de Paviru, Eran dos niños a medio criar, pero seguro que me dicen los otros títulos y canto todas las demás.

Hasta ahora nunca reconocí que este cantautor fuera tanto de mi existencia. Hace tiempo hallé algo parecido de Camilo Sesto, José Luis Perales, Luis Aguilé. Es esta segunda parte de la vida donde uno encuentra, ya sin vergüenza, huellas verdaderas de su pasado, yacimientos dentro del cerebro donde viven las canciones escritas por gentes que nunca estuvieron en el altar de sus preferencias estéticas, cuando se definía para ser un chico inteligente, un joven interesante, o un maduro con bagaje cultural. Todos estos y muchos más, estaban arrumbados como el arpa de Bécquer en el desván, o el "sobrao" de una imagen construida insinceramente, afilada para los demás.

Así ahora, cuando veo lo que han hecho otros con su vida, que tocaron música, viajaron, gozaron del amor de mujeres, escribieron... me tengo que responder que yo viví en las canciones de otros como Victor Manuel. Aunque esto, por programas de recuerdo como Imprescindibles Cachitos de hierro y cromo, parece que nos ha pasado a muchos. La mayor parte de nuestro pasado fue una vida vicaria.

Es un placer recordar, pero a la vez es un dolor, porque uno descubre que no fue protagonista de su propia vida, que vivió con frases, imágenes, melodías de otros; y que ya con 56 años poco cabe esperar frente a vidas tan anchas como las de estos personajes.

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