Se nos presentan juntas dos figuras humanas y dos entornos. A la izquierda tenemos una representación de las añejas creencias católicas, una figura completa, excelentemente conservada, anacrónica, misteriosa, sugestiva, con todos sus detalles. Sería Roma católica monumental, con sus reliquias, con sus Lugares Santos. Hay muchos: frente a San Juan de Letrán hay una Escalera Santa, que representa las medidas de la escalera del palacio de Poncio Pilato en Jerusalen, de bastantes escalones que subía la gente de rodillas y estaba prohibido fotografiar. Arriba había un "sancta sanctorum". (totalmente diferente a la escalera italiana del monumento a Vitorio Emnamuel I "la tarta de Merengue" la defino como italiana porque fue en el único lugar donde había más italianos que turistas, creo que el italiano popular se sienten especialmente orgulloso de este refulgente edificio decimonónico en el Capitolio, al lado y supongo que eliminando en su día parte del Foro)
o las escalinatas juveniles de la Plaza de España.
Existe una Roma cristiana, -el máximo esplendor que soy capaz de imaginar del arte en general- que, sin embargo, es oscura, algo sectaria, no le corre tanto el aire. (no quiero criticarla; me gusta, no puede ser de otra manera y he disfrutado viéndola)
La otra es más antigua, aunque parece más actual. La Roma Romana con su culto al cuerpo, diáfana, sin recovecos, aunque sólo la podemos encontrar, como a la estatua, incompleta: demasiados avatares históricos, bárbaros y cristianos, en la edad oscura, mutilaron, pero no pudieron esconder, el esplendor de esta civilización tan apolínea.
La suerte de haber elegido Roma para nuestro primer gran salto es que hemos podido empaparnos en esta antología central de cada uno de estos mundos tan importantes para nosotros.
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