Revisando mis fotos veraniegas encontré éstas que
tiré a la puerta de una iglesia de Salamanca. Era julio y estaba yo esperando bien sentado a que mis chicas apurasen su tiendeo por las rebajas de verano cuando vi acumular a
gentes de traje fino y gomina -ellos- y sombreritos y escotados vestidos de fiesta
-ellas-, un arrozal aproximadamente una docena de kilos, (los conté por
encima) que unas -siempre son ellas- previsoras se molestaron en traer de casa
y pero otros y otras del séquito nupcial empezaban a afanarse en comprar
imitativamente por pares de kilos, en el supermercado de enfrente. Tengo que decir en
descargo de los salmantinos de la capital, que
la gente era “de pueblo”, lo digo por aquel peculiar desenfado pueblerino sin desbastar, con
que acechaban la salida de los novios.
Me producía escándalo lo rumboso del despilfarro material, pero un kilo de
arroz cuesta setenta céntimos; ciertamente poco comparado con los gastos de trajes,
regalos, peluquerías y cubierto del banquete que iban a hacer aquella tarde. Así que, por tirar otro par más de
kilos de arroz, que no quede. "Daros" prisa. Tirar. Tirar.
El arroz o legumbres eran el símbolo de los buenos
deseos de abundancia, pero aquello fue casi una inundación.
Y así quedó todo, no me resultó difícil hacer fotos de
esta tribu de aculturados. Puede que ellos me se lo tomaran como un homenaje a su "desprendimiento" o "alegría" (eso hubiera alegado yo caso de ser inquirido)
A pesar de las crisis y los recortes, hay una parte de España que todavía
es así.
(por supuesto nadie se molestó en barrer: estaban de fiesta)
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