Y ahora sólo
persigo que nada siga siendo para mí un mero nombre, una simple palabra. Quiero
ver y descubrir con mis propios ojos todo aquello que se considera bello,
grandioso y venerable...”
Hasta
que fui padre yo quise ser viajero, aventurero, seguidor de Luis Pancorbo;
quería buscar al hombre puro, atravesar el mundo, encontrarle los confines.
También como el Capitán Trueno. No lo fui. Después ya no creo en las aventuras
físicas, ya no debo permitirme riesgos que pudieran impedir que vele y
mantenga el desarrollo de mi hija hasta que sea autosuficiente, quizá hasta que
prolongue mi vida con nietos. No sé, quizá también me siento torpe y viejo. Soy
un conservador, un cobarde.
Pero no
renuncio al conocimiento de otros lugares, al enriquecimiento cultural “in
situ”. No sólo no puedo renunciar sino que necesito regarme y regar ese
crecimiento con/para mi hija, y verlo todo a través de los ojos de ella y de mi
mujer: somos un buen equipo del entusiasmo.
Después
de Santiago de Compostela, -no sé si lo escribí entonces- había que dar el salto
cualitativo a Roma, la vieja Europa, un lugar sencillo de ir, sin necesidad de pasaporte, ni cambio de
moneda, dos horas de avión y un idioma parecido, y también el latín. Además, un
día había que volar por primera vez, desvirgarse en esa sensación.
Hay muchas razones: me doy
cuenta que hace tres o cuatro años, leí la biografía de Miguel Angel Buonarroti
de Papini, ya lo conté por aquí. Está la película “La dolce vita” de Fellini y
Mastroiani y otras, (para mi hija, Vacaciones en Roma, con Audrey Herbum y
Gregory Peck) pero lo fundamental era el ver “la urbe”: la madre de todas las
ruinas romanas que hemos visto con admiración en estos años.
Decía
que hasta que no llegué a Roma y vi como uno de los lugares visitables la casa
de Goethe, no recordé lo que me entusiasmó y predestinó este libro. Después,
estando allí me he propuesto releerlo, al menos la parte de Roma.
El
primer día, con el primer sufrimiento físico de vivir el primer aterrizaje de
avión habiendo sólo dormido dos horas, a las cinco de la tarde entré en el
Panteón y lloré de emoción, (quizá lloré
de emociones).
Uno vuelve excitado por el conocimiento, por esos bocados no saciantes de sensaciones, (quizá hemos tenido un “estrés monumental”), por querer hacer justicia al lugar. Debo escribirlo en el blog, tanto como leer lo que tengo y lo que caiga en mis manos.
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