1786
9 de
noviembre
(...)
“En San Pedro he comprendido finalmente
que el arte, al igual que la naturaleza, puede superar toda comparación”
11
de noviembre
(...)
“por
la tarde nos llegamos al Coliseo, empezaba a oscurecer. Cuando lo contemplas,
todo lo demás te parece pequeño, es tan grande que su imagen no te cabe en el
alma: lo recuerdas como si sus proporciones fueran menores, y cuando vuelves de
nuevo aparece más grande”.
3
diciembre
No
obstante, sigue siendo como si acabara de conocer todos los objetos magníficos
que me rodean. No he convivido con ellos, no acabo de entender sus
peculiaridades. Algunos nos arrebatan con violencia, de manera que durante un
tiempo somos indiferentes a otros, incluso injustos con ellos. Así, por
ejemplo, el Panteón, el Apolo de Belvedere, algunas cabezas colosales y , hace
poco, la capilla Sixtina se han apoderado
con tanta fuerza de mi alma que apenas hay en ella sitio para algo más.
Pero, ¿cómo puede uno, pequeño como es y, asimismo, acostumbrado a lo pequeño,
intentar equipararse con estas cosas tan nobles, inmensas y civilizadas? Y
aunque en cierto modo ello fuera posible, hay una infinita cantidad de objetos
que rodean a uno, con los que se topa a cada paso y que reclaman el tributo de
la atención. ¿cómo sustraerse a ello? No existe otra salida que dejar, con
paciencia que todo actúe sobre ti y se vaya desarrollando, al tiempo que se
estudian con aplicación los trabajos que otros han hecho para nuestro provecho.
(...)
No me canso de copiar. Por último, insuflémonos del puro romanticismo (el que había antes de la luz eléctrica) irrecuperable. ¡Qué envidia sentimos, por el momento, por el ambiente, hacia este viajero! Goethe siente, asimismo envidia de la sureña latitud de Roma, porque es un hombre del norte lluvioso y nublado y, difícilmente en febrero podría ver la luna en su Alemania y ahora se le permite el lujo de admirar estos lugares maravillosos bajo aquella serena luz.
2 febrero 1787
No tengo fotos nocturnas del Coliseo, aquí hay unas vistas con monumentos iluminados (privilegio que no disfrutó Goethe) desde el mirador de la Plaza del Popolo el vaticano a lo lejos y, desde un poco más abajo, la propia plaza.
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