Se heló la última flor de la primavera árabe. Fue ayer y en el sector Mediterráneo Norte podemos frotarnos las manos de divisas turísticas por varias décadas más.
Creo en la diplomacia. Cada vez practico
más diplomacia en mi trabajo y en mi vida. Pienso que es un síntoma de madurez. Creo en la
excusa y en el excusado. Aunque me gusta
Marylin en la película “La tentación vive arriba” con la falda levantada
por el viento del metro, merecen buen castigo quienes levanten la falda a las
señoras.
Y todo empezó con las estúpidas
revelaciones de Wikiliks. Era gracioso escuchar esos cotilleos sobre los países
y sus dirigentes. En Europa ya sabemos desayunarnos con estas noticias, que
mueren y nacen cada semana, pero los países en vías de desarrollo con un avejentado autoritarismo de décadas que
pastoreaba (para nosotros y para ellos)
a los extremistas, dejando filtrar poco a poco, maneras occidentales
entre el internet, camisetas de Messi y demás modernidades occidentales, esas
noticias de lo ridículos y corruptos que parecían los dirigentes a la
diplomacia Americana, fueron las que tumbaron el equilibrio. Entonces la gente se echó
sin miedo a las calles.
Y celebramos Túnez: una revolución con
un solo mártir, pareció que entraba aire nuevo; y siguió Egipto, con su plaza
Takrit, con freno inmediato y marcha atrás militar que volvió a tomar las
riendas autoritarias; aquí ya hubo más muertos, pero siguieron pareciéndonos
pocos. Con toda la brutalidad occidental, en forma de portaaviones y misiles,
con abundancia ensangrentamos al amansado y senil Gadafi, en una suerte de
linchamiento aplazado y después, montados en el caballo loco del entusiasmo,
fuimos a por el sólido hijo de Hafet el Assad.
¡Ay! Pero hora no sabríamos como
ayudarle, nuestros pilotos bombardean a los contrarios de hace un par de años.
Porque estábamos en el lado equivocado y no nos terminamos de dar cuenta hasta
que el virus se extendió a Irak y por los suelos ruedan cabezas de periodistas
y piedras rotas de Nínive.
Porque ya no es una broma: decapitan
occidentales en tecnicolor, y lo cuelgan en la red, esa red adánica de progreso
que había ido, con transparencia, dinamitando los sistemas “caducos” y ayer, en
Túnez, la flor más temprana, ametrallaron autobuses de turistas.
Desaparecidos gratuitamente los
regímenes caducos que controlábamos ¿cuántas
décadas tardará Occidente en implantar sus valores de razón, libertad,
tolerancia, igualdad entre sexos, a los vecinos de la ribera sur? ¿Cuántos
muertos no padeceremos por el camino a la manera de Charlie Hebdo para infestar
Europa de terror a los portakalasnikov suicidas?
Creo en la diplomacia, que es saber y
administrar discretamente la información de los vecinos. Creo en el vestido que
tapa no solo el sexo, sino las vergüenzas. Aunque me gusta saber, creo que con
unos cuantos secretos y alguna opacidad, se vive mejor que en un mundo
cristalino.
Si lo de Wikiliks hubieran sido
filtraciones interesadas del gobierno norteamericano para propiciar la
primavera árabe, si que la han cagado bien. Nadie escuchó a Casandra, ni tuvo
cuidado con la llave de la caja de Pandora. Hace falta respeto hipócrita a las
culturas atrasadas. No somos iguales. El futuro no era una línea recta hacia el
progreso. La diplomacia, también es administrar la hipocresía.
A medida que me hago viejo me florece
despotismo. Ni en mi más exaltada juventud creí en las revoluciones; pero
ahora, con cincuenta años de perspectiva
deseo, sobre todo, conservar la vida, y empiezo a no descartar
que termine haciéndome completamente derechas.
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