La compañía de aficionados Arcón
de Olid brindó al público bejarano el pasado 28 de marzo la versión original de
la película Amadeus de Milos Forman, que es la obra teatral de Peter Shaffer.
Una satisfactoria recompensa la
mía por asistir a la representación, que sólo se me mella un poco por ese
sentimiento de fidelidad monogámica que me imbuyeron mis padres. Resulta que
compite con Toma Teatro y su fabulosos “miserables” y como que no me presta
desmelenarme en elogios, a pesar de que sean tan merecidos.
Uno va con la idea de la
oscarizada película, que transcribió a sinfonía con todos sus extras de
timbales, metales y arpas este primigenio sexteto de cámara. Y efectivamente lo
encuentra al principio. Luego, parece que quisiera escuchar las óperas en
suntuosos teatros y nos conformamos con montar la imaginación sobre unas
marionetas que se mueven tras el piano de Mozart.
Pero estamos en la obra de teatro
que, como la música de cámara, tiene la ventaja alternativa en la inmediatez de
poder disfrutar vis a vis del esfuerzo y del arte los músicos
individuales. Cuando uno ve a una
orquesta siempre ve la masa y el director, a no ser que alguien destaque
puntualmente: el concertino, un solo de oboe o de violoncello, las percusiones...
Todos los músicos de cámara
tienen que ser muy completos, y estar muy concentrados en su actuación, si no el conjunto naufraga sin remisión
posible, En una orquesta podrían faltarme dos violines o dos violoncellos, que
yo no creo que lo notara.
Sobresaliente interpretación de
cámara, con actores que parecen elegidos para sus papeles: el pizpireto e
infantil Mozart logra lo mismo que rechine su petimetrería como debe ser al
principio, que conmover en su amargo despertar
al declive económico-social de sus últimas épocas.
Los dos Salieris son soberbios.
Mucha hondura sosegada en el maduro narrador
y una mezcla de cándida estupefacción y de ácida envida del Salieri
joven. Muy elegante e italiano. Tiene el mejor papel, el “tour de force”
solista más dramático y lo borda.
Yo no recordaba en la película
los desafiantes y sacrílegos monólogos contra dios. Muy crudos y muy
provocadores para un tipo de creyente axiomático e integrista, que parece que
lo tengo más presente en mis temores desde lo de Charlie Hebdo. No me
extrañaría que se hubiera dulcificado la versión cinematográfica para poder
optar, sin campañas en contra, ni atentados contra los cines de los años 80, y
poder recoger unas buenas cantidades en taquillas y en estatuillas.
Gran acierto no empeñarse (nunca
mejor empleada esta palabra en dos acepciones)
en sastrería y tomar unas ropas elegantes e intemporales, para recrear
la época. Nos basta y sobra con la casaca del Salieri viejo, en escorzo
dieciochesco permanente. La acción, que es un pasado nebuloso, entra bien
vestida con toda facilidad sin rechinar lo más mínimo. Dentro de filosofía de
la música de cámara que aprovecha plenamente todo lo disponible, el reciclar
estas ropas o adquirirlas para que sirvan para otros fines o representaciones es
infinitamente mejor idea que construir un aproximado vestuario de “cartón
piedra”, sin poder acercarse a la elegancia que prestaban esas ropas a los elevados personajes que habrían de lucirla en
la realidad como en la película.
También quiero destacar a Constanza
y su transformación final, parecía indispuesta, yo pensé que había enfermado de
verdad.
Creo que, como yo mismo, el
público debió aplaudir más, porque estos grandes actores y montaje bien lo
merecieron. Y también premios. Pero yo entregué mi amor a Toma Teatro.
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