miércoles, 4 de marzo de 2015

Amadeus de cámara


La compañía de aficionados Arcón de Olid brindó al público bejarano el pasado 28 de marzo la versión original de la película Amadeus de Milos Forman, que es la obra teatral de Peter Shaffer.
Una satisfactoria recompensa la mía por asistir a la representación, que sólo se me mella un poco por ese sentimiento de fidelidad monogámica que me imbuyeron mis padres. Resulta que compite con Toma Teatro y su fabulosos “miserables” y como que no me presta desmelenarme en elogios, a pesar de que sean tan merecidos.

Uno va con la idea de la oscarizada película, que transcribió a sinfonía con todos sus extras de timbales, metales y arpas este primigenio sexteto de cámara. Y efectivamente lo encuentra al principio. Luego, parece que quisiera escuchar las óperas en suntuosos teatros y nos conformamos con montar la imaginación sobre unas marionetas que se mueven tras el piano de Mozart.
Pero estamos en la obra de teatro que, como la música de cámara, tiene la ventaja alternativa en la inmediatez de poder disfrutar vis a vis del esfuerzo y del arte los músicos individuales.  Cuando uno ve a una orquesta siempre ve la masa y el director, a no ser que alguien destaque puntualmente: el concertino, un solo de oboe o de violoncello, las percusiones...

Todos los músicos de cámara tienen que ser muy completos, y estar muy concentrados en su actuación,  si no el conjunto naufraga sin remisión posible, En una orquesta podrían faltarme dos violines o dos violoncellos, que yo no creo que lo notara.

Sobresaliente interpretación de cámara, con actores que parecen elegidos para sus papeles: el pizpireto e infantil Mozart logra lo mismo que rechine su petimetrería como debe ser al principio, que  conmover en su amargo despertar al declive económico-social de sus últimas épocas.
Los dos Salieris son soberbios. Mucha hondura sosegada en el maduro narrador  y una mezcla de cándida estupefacción y de ácida envida del Salieri joven. Muy elegante e italiano. Tiene el mejor papel, el “tour de force” solista más dramático y lo borda.

Yo no recordaba en la película los desafiantes y sacrílegos monólogos contra dios. Muy crudos y muy provocadores para un tipo de creyente axiomático e integrista, que parece que lo tengo más presente en mis temores desde lo de Charlie Hebdo. No me extrañaría que se hubiera dulcificado la versión cinematográfica para poder optar, sin campañas en contra, ni atentados contra los cines de los años 80, y poder recoger unas buenas cantidades en taquillas y en estatuillas.
Gran acierto no empeñarse (nunca mejor empleada esta palabra en dos acepciones)  en sastrería y tomar unas ropas elegantes e intemporales, para recrear la época. Nos basta y sobra con la casaca del Salieri viejo, en escorzo dieciochesco permanente. La acción, que es un pasado nebuloso, entra bien vestida con toda facilidad sin rechinar lo más mínimo. Dentro de filosofía de la música de cámara que aprovecha plenamente todo lo disponible, el reciclar estas ropas o adquirirlas para que sirvan para otros fines o representaciones es infinitamente mejor idea que construir un aproximado vestuario de “cartón piedra”, sin poder acercarse a la elegancia que prestaban esas ropas a los  elevados personajes que habrían de lucirla en la realidad como en la película.
También quiero destacar a Constanza y su transformación final, parecía indispuesta, yo pensé que había enfermado de verdad.

Creo que, como yo mismo, el público debió aplaudir más, porque estos grandes actores y montaje bien lo merecieron. Y también premios. Pero yo entregué mi amor a Toma Teatro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario