Las pantallas de televisión tienen puntitos de color, esa es la lluvia fina. Potencia valores, educa y, mediante el humor, también ridiculiza otros valores.
Desde que los conocí siempre he criticado a la serie los Simpson como producto infantil; durante toda la niñez de mi hija huí de esos dibujos animados, que otros padres mostraban a sus hijos por el colorín, y porque les hacían gracia a ellos, pero sin reflexionar qué realidad sarcástica era la que estaban introduciendo en tiernas mentes a las que querían entretener sin ponerles porno, o violencia que eso es nocivo con evidencia.
Los Simson no dejan títere con cabeza: se mofan del brutal policía, del padre glotón, del maestro dubitativo en manos de su autoritaria madre, de las tías enamoradas de Mcguiver, et.etc. Los únicos personajes que salvan son la madre abnegada, (que no podemos comprender como no deja al impresentable de Homer, y la niña superdotada y musical) Por supuesto el cura tampoco sale bien parado, ni los Flanders, meapilas integristas. (Mi mujer llamamos a un matrimonio muy católico que conocemos los Flanders). Ningún matrimonio sale bien parado en la serie.
Con estos mimbres y otros han sido educados los niños. En mi generación teníamos los dos rombos y también el “un” rombo, que facultaban a nuestros padres (a los míos por lo menos) para mandarnos a la cama. ¿Paternalismo franquista sería aquello?
Mi mujer y yo hemos sido unos padres muy atentos. Nuestra hija fue “educada” con vídeos previamente revisados por nosotros. Por ejemplo, nunca permitimos que viera la película Mary Poppins hasta el final: hay un momento en la historia que se quiebra la confianza de los consumidores en banco del padre de los niños y, ante su estrepitosa ruina, transita por el río con intención de suicidarse. Nosotros siempre frenábamos el video cuándo iban a llegar esas escenas.
Hoy he leído un fragmento de un cuento de Patricia Highsmith que se llama “El punto fijo en un mundo en rotación” entonces la señora Robertson lo entendió: eran amantes(..) por un momento se sintió arrebatada por aquella atractiva y evidente felicidad que irradiaban (…) eran ciertamente distintos a un matrimonio.
Reconociendo, como reconozco la veracidad de los personajes de los Simsom, que es así; pienso a continuación en cuántas series o películas actuales pueden representar un matrimonio sólido y feliz que comparta, como comparto yo con mi mujer, los viajes, la política, las películas, los colores del otoño…, aunque tengamos nuestras broncas, y nunca más nada sea tan bonito como al principio.
Declaro mi creencia en que la pareja es la forma ideal de estar en el mundo, tres son multitud y uno es mucha soledad; yo no viajaría solo más que por necesidad, y tampoco viajaría como veis que viajo, me desplazaría al destino sin desviarme ni parar nada más que lo fisiológicamente imprescindible.
Claro que tuve el ejemplo de todas las parejas de mi pueblo, empezando por mis padres. Ellos fueron educados con regla y cartabón: o te casabas o eras una solterona, o un mozo viejo sucio, malcomido, desastrado..., luego estaba lo de meterse monja, cura o fraile, que también hubo en Cardeñosa.
No sé lo que nos depara el siglo XXI; ya no hay bodas como las de antes, ni parejas como las de antes tampoco. Todo es un poco de usar y poder tirar a conveniencia, (es lo más razonable, de acuerdo), pero hay que querer permanecer, alimentar la ilusión por la pareja, es decir “promover” el matrimonio porque es lo que funciona menos mal, y lo que perpetúa la especie y la cultura tradicional. Yo creo en él, como creo en la democracia, como creo en que tiene que haber servicio público de justicia, de salud, de educación, de policía, aunque su funcionamiento no siempre sea ideal.
No se puede hacer nada contra el humor, ni contra la creatividad literaria: es más divertido, más entretenido dramáticamente, un matrimonio que se odia, que se engaña, que se desprecia, que hace sarcasmo de esa institución, lo malo es que nos eduquemos así, sin darnos cuenta de que lo que nosotros queremos y buscamos cuando no lo tenemos aún, es lo bueno del matrimonio de nuestros padres, y lo bueno de nuestro propio matrimonio, cultivar eso y quitar las malas hierbas que entorpezcan o malogren ese fruto ideal.
Habría que ayudar a esa agricultura, aunque no se me ocurre cómo.
Quizá las viejas películas de amor de Hollywoood.
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