sábado, 22 de febrero de 2025

La última función, el último Landero.



 Este libro es crepuscular como nuestra vida misma. De pronto alguien reaparece en su pueblo y un grupo de resistentes apalancados decide que se convierta en el catalizador de la resurrección de una vieja historia tradicional, de una fiesta perdida en decrépitos recuerdos de ese esplendor de autocontemplación que había en casi todos los pueblos antes de las masivas emigraciones y de los coches y de los supermercados y las playas y los viajes en avión, y los grupos de wataspp.

Nada fue lo que hubo sido en los pueblos de España, que tenían su cine, sus santas devociones, sus cofradías y el empeño en estrenar un traje para tener lucida ocasión de llevar a los hombros las andas del cristo y de la virgen o del santo. Todo eso que se montaba con anhelos y vísperas y era el sentido anual de aquellas vidas: la función.

Este fin de semana es en mi pueblo la fiesta de Santa Paula Barbada: Resulta que hace unos setenta u ochenta años aterrizó en mi pueblo un cura joven con tiempo y ganas de levantar el ánimo de su parroquia. Supo de una vieja leyenda (por lo demás nada original) sobre una muchacha muy bella la azucena del Adaja que iba desde Cardeñosa a rezar a la ermita de San Segundo en Ávila, y un noble felón la echó el ojo. En el penúltimo acoso llegó la virgen a la mentada ermita y rezó para que el señor la apartara  a ella del pecado y al noble de la tentación de violentarla, con el resultado de que a la joven le brotó una barba hirsuta que espantó al merodeador, salvando la honra y la integridad de la joven. 

Bien: el cura que se llamaba Don Macario resucitó esta leyenda, encargó a los canteros de la localidad que abrieran un hueco en el ábisde de la iglesia para alojar una estatua que se encargó y compró por entonces a algún imaginero. Mi pueblo se mantenía bien de los trabajos de piedra, losas, bordillos, peldaños, adoquines, piedras de basta dureza, el granito imposible para la filigrana pero resistente al rozamiento. Gracias a esa explotación yo nací allí. Mi pueblo era el que tenía más porcentaje de solteros de la provincia porque todos los mozos tenían trabajo, mientas que muchas mozas se iban a servir fuera al pasar la adolescencia y se echaron novios y después maridos forasteros, quedando muchos mozos sin suficientes mozas para hacer familias. Luego llegó el fin de siglo y todo se aceleró, yo desaparecí pero cuando veo algo de lo que sucede en mi pueblo no me encuentro.

mi hermano es el protagonista de la foto. Supongo que yo, el príncipe destronado a mis dos años y medio, le estoy mirando con cierta envidia desde los brazos de mi padre. No hace falta que diga quién es don Macario.

Aunque tengo un relato publicado en un libro más o menos sobre él, nunca he apreciado más que hoy lo que hizo el cura Don Macario, que también organizó representaciones teatrales, decía mi padre que era mu artista en los ensayos de La herida luminosa, La Duquesa de Benamejí...  y queda todavía como un residuo la fiesta de Santa Paula Barbada: una parecida historia mítica que quieren representar en esta novela personajes tan cercanos, tan humanos, tan ilusamente landerianos, con la tensión y la apoteosis de realidad correspondiente a este autor, que no importa que siga componiendo la misma novela si lo hace con tanto arte, con tanta humanidad, con tan pulido castellano; sin estrépito como el agua de los ríos llanos pero cada palabra en su sitio como si hubiese sido inventada para encajarse en su prosa. 

Creo que tengo leídas sus novelas, y todas son recomendables. Ignoro qué pudiera ocurrirle a un lector que las leyera juntas ahora, a lo mejor no se parecen tanto como yo pienso.

También creo que toca ya algún nobel de literatura para nuestra lengua, hace 15 años de Vargas Llosa, y sinceramente para mí, no hay mejor escritor vivo que éste.

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