El día uno de enero del año 2025, justo el mismo día en el que murió mi tío Enrique y a cuyo entierro y crematorio asistí, falleció en Birmingham David Lodge. Tenía justo diez años más que mi tío Enrique.
Tomé este libro de mi balda de literatura británica casualmente al ir a soltar un libro de Graham Greene y me atrapó, seguramente porque estoy muy familiarizado con la vida universitaria del noroeste de Inglaterra. Mi hija, que está allí, me contó que hay muchas reuniones semiinstitucionales con aperitivos secos para picar, donde beben vino de inhóspitas nacionalidades ya que los británicos todavía (a la espera de que afine un poco más el cambio climático) no producen. Cualquier relato que me acercara a mi hija despertaría mi curiosidad, y agradezco mucho que el ambiente me haya hecho zambullirme en esta novela espléndida.

El autor sabe rebotear, tiene un buen tiro de tres, bota muy bien el balón, corta la zona y es un gran defensor lo tiene todo y me he leído sus 390 hojas en menos de cuarenta y ocho horas, parándome a repetir la jugada y aplaudir sus audacias sin que haya habido ningún momento duradero de meseta tediosa. Estoy entusiasmado con esta lectura, aunque no salga en ella ni una palabra de baloncesto, (pero es que Youtube me invita y yo caigo constantemente estos últimos días en el disfrute de mi genio del baloncesto preferido: Drazen Petrovic, que nació como quince días después que yo y tristemente falleció a los 28 años cuando empezaba a triunfar en la NBA después de haberlo sido todo en el baloncesto europeo).
Bueno este libro, que es de lo que estoy hablando, propone un debate sobre la conciencia y sobre la consciencia, un debate científico e informático en el que en los años primeros de este siglo sale ya mucho la tan cacareada ahora mismo, inteligencia artificial, (que creo que la gente identifica con que unas imágenes reproduzcan en video los gestos y maneras de una persona como si lo hiciera ella misma, -tiene que ser muchísimo más-) Entremedias se cruza una historia de amores propios y bastante sexo, con familias, orgullos, secretos, y expiaciones, aparte del feo arte de espiar.
Para mí ha sido fácil por conocer el ambiente en que se desarrolla, o quererlo conocer..., o creer conocerlo. Lo he leído en volandas, lo cual es un placer inconmensurable: un buen "polvo" literario.
El aeropuerto que usa mi hija es el de Birmingham, y la universidad y el campus al que se refieren me parecen idénticos a lo que yo he podido ver curioseando por los andares de mi hija.
La historia está extraordinariamente bien rematada, tiene una carpintería virtuosa, como la de los japoneses que ensamblan las maderas sin clavos y construyen edificios singulares. Yo era el lector ideal para ese libro, pero creo que gustará a mucha más gente. Me extraña que no se haya hecho película.