martes, 22 de octubre de 2024

La guerra de los cien años

 Leo en los folletos turísticos que hemos acumulado en nuestra reciente visita a Francia aspectos puntuales sobre la guerra de los cien años en la que, según consulto después en Wikipedia, estuvieron implicadas unas decenas de coronas o pre naciones o regiones europeas, entre ellas Aragón, Navarra, Escocia, Flandes, Génova, Lombardía y sobre todo, Francia, con sus condados, regiones y feudos, e Inglaterra, la que tras 117 años termina por perderla viendo reducida su presencia en Europa Continental a la ciudad de Calais.

Hemos visto decenas de castillos y fortalezas de aquellos tiempos, amén de las murallas y restos de murallas que circundaban las ciudades y pueblos: mucho feudalismo y fichas de ajedrez. Imagino mesnadas de soldados moviéndose, asaltando y sitiando, tomando y saqueando (de algo tenían que vivir si no trabajaban más que con las armas) violando y esparciendo sus espermatozoides, construyendo y destruyendo fortalezas durante 117 años, una guerra que comenzaron los tatarabuelos de los que la terminaron.

Renuncio a comprenderla. Lo que pienso principalmente ahora es que aquella guerra se desarrolló a base de músculos y habilidades físicas, a base de caballos o burros o bueyes y soldados de a pie y a caballo que no sabrían muy bien por qué luchaban, pero sí llegaban a conocer de vista y a mancharse con la sangre de los enemigos, incluso a respetar su fuerza, su arrojo, su valor, su resistencia; si te hería una flecha es porque había sido sujetada y tensada unos segundos antes por tu adversario que te estaba viendo a pocos metros.

Hoy, y desde hace muchos años, no. La guerra se gana por la industria, aquel que la tiene más potente y efectiva triunfa. Hace unos años leí un libro de Vitali Grossman sobre la segunda guerra mundial, supongo que lo comentaría aquí. Se llama "Por una causa justa", de 1075 páginas (casi tan largo como la guerra de los cien años) y recuerdo de él su tesis que era que los soviéticos ganaron la guerra porque colocaron o recolocaron sus fábricas de armas detrás de los Urales donde no les alcanzaban los bombardeos. Las bombas inglesas y norteamericanas mientras tanto castigaban a la industria alemana que no podía, ni le dio tiempo a poder contrarrestar y ganar con los primeros misiles que le aparecieron al final: las famosas V1 y V2.

Ya desde la artillería de largo alcance, los aviones, y esos primeros misiles de Hitler, la guerra fue definitivamente otra cosa, sin músculo, ni valor, sin arrojo ni suerte, ahora mismo todo es a distancia y con mando a distancia; y el antídoto: los misiles defensores, funciona igual. Los militares están sentados como jugadores de ajedrez muy por encima de un tablero, que se representa irreal y, por lo tanto, más despiadado.

¿Qué quedará de las guerras actuales?, solo destrucción barata e industrial, ¿para qué himnos guerreros ni tomas de colinas, para qué resistencias heroicas, ni cargas de caballería, escaladas de muros o emboscadas? Hoy los israelíes matan jitbolás con teléfonos o buscas o walkitalkis, los hutíes o los iraníes tiran misiles que vuelan miles de kilómetros y hacen un lanzamiento en masa para que los contramisiles no puedan derribarlos a todos y algunos cuelen. Los norteamericanos le venden armas a los israelís, y también se las regalan a los ucranianos; si no ninguno de ellos podría, por muy valientes y equipados que estén sus soldados, aguantar una guerra de este siglo.

No puedo recorrer las historias de todos los monumentos defensivos que hay en Francia, tan solo ver y disfrutar románticamente de la estética que produjeron los afanes y trabajos con los que se defendían de ser conquistados por los rivales. Ya veréis cuando acabe de contar el viaje a Huelva y el Sur de Badajoz.








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