jueves, 10 de octubre de 2024

La feria de Trigueros.

Los pueblos del sur de España aman intensamente la bulla y la francachela. El nexo de comunión de sus fiestas paganas son esos animales vacunos que se fueron escogiendo porque embestían peligrosamente, significando la muerte o la brutalidad. La fiesta suprema de los toros es una burla de la muerte, con impasibilidad y elegancia. Mucha gente reconocemos su valor, y su estética, en los toreros profesionales. Pero éstos lo saben aguantar apuestamente sin que se note el miedo. El elogio "torero" va para ellos, para los gallardos. En unas vaquillas el populacho quisiera emular a los toreros, pero terminan haciendo patochadas porque carecen del valor y el oficio necesarios. Mientras tanto el público se divierte y se asusta un poco deseando que los toros embistan y den algún revolcón o topetazo. Hacía mucho tiempo que no veía yo este "espectáculo"; que es algo peligroso, porque los becerros ya "toreados" unos cuantos días cogen resabio y no soportan que les burlen y van a por el bulto humano. Para que un espectáculo como las corridas buenas funcione, los astados tienen que estar vírgenes de engaño y después matarlos, que es otra cosa. Pero en las fiestas populares eso implicaría mucho gasto festivo así que se llevan a unos corrales y se reutilizan al día siguiente y los que dure la fiesta. Así que se producirá cada día un "encierro" y una suelta en la plaza portátil, que ya cuesta bastante al ayuntamiento o a las peñas que lo financien.

En el fondo lo de los toros es un pretexto.

Una fiesta sencilla, sin santo, sin toros, no se entiende bien en España, aunque no nos guste. Estaría bien que la gente cantara a coro o bailara bailes tradicionales, pero esta fiesta viene del campo, de las plegarias al santo por que llueva y de los peligros que los campesinos que trabajaban con cuadrúpedos mansos.





Yo no participaría de estas reuniones, ni activa ni pasivamente, pero quise verlo otra vez para mostrároslo. Cuando tenía once o doce años trajeron vaquillas a Cardeñosa. Yo las vi y tuve la tentación adolescente de tirarme al ruedo. No podía, por edad y porque había que haber financiado la fiesta, ser de la peña. Años después bajé al ruedo de la plaza de toros de Ávila. No me arrimé, seguía el rabo del animal, pero inmediatamente me subí cuando soltaron otra vaquilla para dar más emoción: era imposible seguir los rabos de dos astados.
Este espectáculo, que es goyesco y testosterónico, carece de cualquier justificación estética o moral, pero la fiesta de al lado nunca seria igual sin este residuo ancestral.




A los onubenses les gusta un molusco llamado choco, como a los gallegos el pulpo y a los madrileños los bocadillos de calamar. Quisimos comer aquí, al borde de la fiesta, y lo intentamos, pero fue imposible que nos sirvieran, las diferentes peñas o bares aquí representados solo atendían a la gente que conocían y más les gritaba. Los españoles no somos como, por ejemplo, los franceses que enseguida se ordenan en una cola, aquí la barra se toma al abordaje.
No obstante era la hora de comer y nos apetecía participar de la fiesta y agradecer de alguna manera al guarda que nos permitió lo que un funcionario "normal" no nos habría permitido. Al final comimos en un restaurante en la plaza del pueblo, que también estaba lleno pero atendido con profesionalidad, el menú fue a base de unos platos de cerdo y una ración choco, con patatas pimientos y guarniciones varias. Nos dieron de comer bien y seguimos nuestro camino.

El instituto del pueblo se llama Dolmen de Soto. Soto fue el hombre que lo mandó excavar hace un siglo.
                                          Los palcos mejores tienen sombra

Esta calle artificial con gradas y palcos a los lados es para que el público presencie los "encierros" que no vimos. Carece de uniformidad y no parece que pueda ser muy seguro cuando la gente se suba ahí a verlo. Preguntamos y nos aclararon que esto no lo monta el ayuntamiento sino las peñas, cada una su parcelita de cinco o seis metros. Así el ayuntamiento no tiene responsabilidad sobre lo que podría pasar si alguno de estos precarios palcos se hundiera por el excesivo peso del público o por la deficiente construcción. Los accidentes en el siglo XXI salen caros y los seguros también, así que cada cual se asegura de que resistan lo suficiente o de que no suba nadie a verlo que no sea de los suyos, familiares o peñistas.


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