jueves, 12 de septiembre de 2024

Camino de Huelva

 Revelo el objetivo de nuestro viaje. Una capital de provincia que visitamos muy someramente en 2007, pero lo que queríamos ver era el mar en los ojos de nuestra hija, así que, a pesar de que dormimos no la hemos podido dar por vista, y bien vista pues hicimos tres noches, hasta ahora.

Nos acercábamos por autovía hasta Sevilla, que al ser gran ciudad tiene montones de carriles, desvíos y la vorágine apresurada del tráfico. Es un nudo de carreteras. No tenía ganas de enfrentarme a ello así que poco antes salimos por inciertas y mal señalizadas carreteras provinciales. Dimos vueltas y revueltas, y preguntamos cómo salir de allí a la casi siempre amable gente del Sur. Se nos hizo la hora de comer y entramos en un supermercado a por vituallas. Traíamos muchos tomates del huerto, y decidí comprar una bolsa de lechuga lavada, para combinarlo todo con embutido en la barra de pan que nos serviría de bocadillo; la sosa y sana lechuga se salaba así y la sensación de haber comido más verde y variado nos acompañó en el parque donde paramos a hacerlo. 

Dicho parque estaba al comienzo de un pueblo llamado Olivares, nada conocido para nosotros, no suena a flamenco ni a toros, como Utrera, Morón, Écija, Carmona, Lebrija... pero atravesándolo nos encontramos con un letrerito marrón "Palacio del Conde-Duque". Sin haberlo buscado nos subimos en el rampante caballo de Velázquez, donde un hombre más que robusto nos miraba de reojo. Según seguíamos la indicación nos acordamos de Lerma en Burgos, que también fue cuna de otro gran preboste que manejó los destinos de España en el siglo XVII.


Encontramos aquí la caricatura de aquel cuadro ilustrada por los dibujantes de la serie de dibujos animados "Don Quijote de la Mancha".

Encontramos por el camino buen gusto y elegancia acorde con la historia, pero no gente, porque a las dos el sol barre las calles en sitios como este, donde lo mejor que puede hacerse, si se puede, es siesta.

Por lo tanto hay que hablar bajito y penetrar en la magnífica plaza festoneada de naranjos.

Frente al palacio, la iglesia con su reloj parado a las once menos cinco

               Bellos edificios atemporales y de tronío acompañan al palacio.

Un callejón prometedor, aunque solo sea por circular veinte metros bajo sombra.

Otra salida de esta plaza cerrada.

Aquí está el palacio reconvertido en Ayuntamiento, uno esperaba encontrar piedra berroqueña y escalinatas pero en estos calores lo más fresco y práctico es el encalado, sea para condes-duques o jornaleros. 
Detalle de mármol ducal.

Giré mi cámara hacia atrás para regalarla un poco de verde entre tanto blanco refulgente. Lo mismo que había hecho con la lechuga en el bocadillo.








En los alrededores de la iglesia se nos muestra la forma de ser andaluza mayoritaria sobre la que disertaré mañana.

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