jueves, 23 de abril de 2020

¿Qué será del amor?

Un amigo escritor, más libertino y lenguaraz que yo, se preocupaba de cómo mantener amantes en coronavirus. Resignación y fantasía, nada de carne, pero ¿y si eran amantes carnales?

No le he leído bien, seguro, pero pienso yo ahora en mi gloriosa primavera de 1985 donde me hice novio y conseguí a primeros de mayo dar un beso de amor a mi primera (y única) novia.

Yo estudiaba en Salamanca, ella terminaba de hacerlo en Ávila, nos habíamos conocido en diciembre del 84, pero hubo un malentendido de dos o tres meses hasta que empezamos a salir y cartearnos. Entonces yo asediaba a las horas del cartero mi buzón salmantino y me pasaba el día pensando en las cartas que estaba escribiendo y releyendo las que constantemente recibía. Mi madre se preguntaba por qué ese año iba tantos fines de semana a verlos a casa, cuando se había establecido los años anteriores que aparecía por Ávila lo imprescindible y aún menos.
Recuerdo el día glorioso que debimos habernos besado por primera vez: ya nos habíamos escrito nuestro amor por carta, y de pronto nos sentamos en una plazuela y se hizo el silencio, la intensidad de las miradas se tensó, pero no tuvimos valor. Otro día le rocé la mano en una cafetería, era un roce carismático, nada casual, así lo di yo y así ella lo sintió: solo la mano.

Un día de mayo seguro que ya estaba anunciado por carta que la besaría. El sábado salimos y no pasó todavía; fue  el domingo a última hora, caía la tarde, el sol ya se había escondido dentro de la muralla de Ávila, estábamos en los jardines de San Vicente, yo no iba a dejar que se escapara más y entonces la besé. El primer beso fue torpe, atropellado, ella salió confundida de aquel lance,  pero esa misma noche comenzarían los deliciosos. El lunes siguiente por la mañana ella faltó a clase para estar conmigo que partía esa mañana a Salamanca y a repetir eso de besarse sin tasa, como un juego o como una conversación. Ya éramos novios.

Yo tenía desde hace años urgencia por ser amado, por tener y ser tenido. Resulta que poco antes de conocerla, con veinte años había pensado yo eso de que "no había mujer para mí en el mundo".

Fue una culminación. Desde entonces el principal problema de mi vida anterior estuvo solucionado.

Ya sé que en este siglo las cosas seguramente no son así, pero a mí, por lo que he contado, me parece que los noviazgos más bonitos deben hacerse en primavera.


 ¿Cómo se remata un noviazgo esta puta primavera de 2020? a dos metros con mascarilla y con la duda de si ella será asintomática, no digamos nada de si de pronto tose o tiene fiebre...

Pues eso, no ya el romanticismo, ¿qué será, mientras no haya vacuna, de cualquier amor?

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