viernes, 3 de abril de 2020

Hoy era viernes

 Lo duro es empezar a acostumbrarse. Esta semana se ha marchado mucho menos despacio. La rutina termina por aplanarte. Todos los días, sobre las doce, el parte de muertos que no baja de ochocientos diarios los que se cuentan, porque no se cuentan todos los que hay, y ayer fueron novecientos cincuenta los contados.
No hay nada más, el sol sale, gira y se pone; llamadas telefónicas, ordenador y televisión. Tenemos la casa repleta de pan, fruta, carne, chocolate... Cuando se vaya acabando será un día especial, me pondré los guantes y la mascarilla vieja que encontré y lavamos, habré hecho una lista de la compra y deambularé por el supermercado a ver qué cosa nueva encuentro. El pan descongelado sabe igual de rico o es ilusión de esta vida devaluada o mejor, desvivida.
Hoy era un viernes bonito porque sería primavera y las tardes se alargaban, haría un poquito más de calor, y las niñas se vestían con nuevos trapitos debutando adolescencias. Lo más ilusionante es que la próxima semana tendría solo tres días laborables y a lo mejor haríamos un mediano viaje, vería por el Facebook las procesiones de mi pueblo o simplemente rompería la rutina de ir de lunes a viernes.

Pero nada, es un día igual que otros, un día menos nada más.

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