Los que no somos víctimas nos olvidamos pronto de los sucesos terribles. Cada vez más pronto. Hace como seis meses un copiloto alemán mató a ciento cincuenta personas, eso todavía podemos recordarlo los que no somos víctimas, pero hace menos de veinte años unos ultraderechistas norteamericanos aparcaron un camión lleno de explosivos frente a unas oficinas de la administración y mataron a decenas de personas. Y hay terrorismo cotidiano, polvoriento, sin glamour en Irak Afganistán, Siria.... anteayer en Beirut, otra vez. Está el noruego Brodik y todos los del IRA, las FARC, los etarras...
Nosotros ya hemos olvidado a tantos, pero todos ellos reviven claramente lo suyo, que es permanente, mientras reciben, si son capaces de aguantarlas, noticias de la masacre de París.
¡Cuántas madres se llevan desgarrando tantos años por cuántas réplicas de su dolor!.
Porque es el mismo, y no lo puede haber mayor. Una de las representaciones estatuarias más importantes de nuestra cultura es la piedad. La más famosa es la de Miguel Ángel, pero hay miles; hasta en el Guernica de Picasso hay una, bien desgarrada. Yo voy a poneros la última que retraté. Fue en Benavente (Zamora)
Hoy son las madres de París las que sufren esa amputación, y pienso que son acompañadas silenciosa y verdaderamente por todas las madres que hubo antes y a las que se les van acumulando dolores y reabriendo heridas cada vez que la muerte más irracional golpea.
Quiero fijarme en esta internacional del dolor pero sé que no tengo más que una ligera idea estética de lo que pueda ser.
Desde luego, no envidio, ni quiero ponerme nunca en su lugar: el dolor tan fuerte e irreparable no es conocimiento.
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