Perdonad por la inmodestia. Creo que soy bueno escribiendo y me parecen originales y bien enfocados los temas que trato; por eso los publico aquí.
Pero la vida internáutica, y lectora en general, -ahora que hay tanto que leer- funciona a través de escritores de moda y plazas públicas, y este blog no lo es.
Me gusta escribir y también me gusta que me lean. Pero es muy poca gente la se haya prendado de mi estilo o de mis temas. Sin embargo, si comento una obra de teatro y engancho el comentario en el Facebook de Toma Teatro o The Funanviolistas, por poner un ejemplo, vienen 600 personas a leerlo, y me alaban, me proponen amistad feibuquísitica (no sé si acabo de inventar un adjetivo), pero luego ya no leen más. Es decir, mi escritura les he interesado y han alabado sus bondades no por ella misma o por su objeto, sino por sí mismos. Igual sucede con los artículos que tengo de la guerra de los diferentes pueblos del Barranco: si los engancho al Facebook de su pueblo llegan las lecturas, los comentarios, las alabanzas, las polémicas de artículos que llevan publicados aquí 4 ó 5 años.
Reconocerlo es algo un poco triste para mí, pero también les pasa parecido a los grandes artistas. Al inefable Silvio Rodríguez, que suele enganchar artículos de otros, le utilizan como plaza pública para saludarse, felicitarse, unos fijos para retransmitir tesis o artículos del periódico de Herri Batasuna, otro atacar al estado de Israel y defender los valores musulmanes, otros comentar otras cualesquiera noticias, Acoso a las democracias bolivarianas, pero lo que él propone, no lo comenta mucho más de un 10 por ciento de su parroquia, que tampoco pasa, normalmente, de 30 personas.
A Antonio Muñoz Molina le pasa diferente, un poco menos, pero muchos los que escribimos, (yo lo he hecho un par de veces), creo que buscamos su aprobación o, si quiera, su lectura. Algo en lo que él no pierde el tiempo (y hace bien) a diferencia de Silvio que da coba, contesta y felicita a todo el mundo. Es decir, busca público, reconocimiento, descaradamente.
Yo también. Inconscientemente deseo que me surjan temas comunitarios, que enganchar a un Facebook que le concierna. Entonces apuro mi ingenio y, como nadie más suele molestarse en escribir con argumento y no con adjetivos emoticonos, encuentro mi pequeño y melífero baño de multitudes.
Eso me recuerda a que bastante gente compra los libros que salen, los que son actualidad, para comentarlos con otros. No buscan el libro en sí mismo, sino como tema de conversación, o sea, buscan la aprobación de las personas, sus amigos o enemigos, que leen a la última. En su día, para esa gente, tuvo mucho sentido comentar los cuentos del libro Los girasoles ciegos de Alberto Méndez, que son una obra maestra, pero cuando yo lo compré de segunda mano (todo caduca rapidísimamente en el siglo XX), leí y comenté, ya eran como Pérez de Ayala o Balzac que, salvo que se ponga un documental sobre su vida o una película basada en su obra, no creo que actualmente estén leyendo más de 10 personas en toda España.
La única manera de que mucha gente lea mi blog es que me hiciera célebre por causas literarias, o celebérrimo por causas extraliterarias: estrellar un avión, presidir Podemos, enrollarme con Madonna...
No quiero que quede aquí una lastimera impresión. Soy feliz, me gusta pensar que a veces gusto a alguna gente y que lo que hago es sólido y permanente, como las paredes que estoy levantando en mi huerto. Así que cada vez que le doy a publicar es parecido a cada saco de cemento que gasto en pegar las piedras de mis paredes. Espero que permanezca y de vez en cuando echarlo un vistazo y alegrarme de haberlo hecho.
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