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MI ÚLTIMA CONFERENCIA
A LA SEGUNDA FUE LA VENCIDA , A LA SEGUNDA FUI EL VENCIDO.
SÉ PERDER ¿SÉ PERDER?
Madrugada del 12 de abril de 2015: No puedo dormir, necesito desahogar estas inquietudes por escrito (ya que parece que solo puedo expresarme ordenadamente en público por este medio).
No valgo. Aún pienso que no debía serme imposible dar una conferencia clara y ordenada sobre un tema -la guerra civil en las cinco villas- del que podría hablar diez o veinte horas sin repetir datos ni conclusiones. Pero, definitivamente, no quiero o no tengo tiempo de aprender a hacerlo. Conferenciar requiere concentración, constancia, revisiones y repasos; lo que es trabajo, vaya. Mejor dedicar el tiempo de ese trabajo a otras cosas más interesantes, más rentables y para las que me siento más capaz. (por ejemplo, acabar el libro)
La verdad es que en cincuenta años y medio nunca soñé en ser conferenciante, (lo que sucedió es que me entró el deseo de revancha de mi primera conferencia) “dijo la zorra: esas uvas están verdes”.
Sin embargo, me rindo, he fracasado. Lo siento muchísimo por mi hija que me ha visto fracasar y ahora me ve reconocer el fracaso. No sé si es más importante para una adolescente aprender la lección de que uno no debe empecinarse y reconocer que no hay que empeñarse en todos los empeños, a cambio de que haber accidentado de esta manera un ideal, a mí, su modelo paterno.
Pensé que el defecto de mi primera conferencia fue haber querido contarlo todo, y que mejor contar unas anécdotas encadenadas para después narrar más brevemente aquello que creí que me había funcionado mejor en Salamanca. Y acabar pronto: dar paso al público mucho antes y estando todos más descansados, reservarme para ese momento.
No encadené bien las anécdotas, hablé muy deprisa, pedaleando, corriendo... en anaeróbico. He aprendido que tanto el discurso como el pensamiento deben llevar el ritmo del andar pausado, aeróbico.
Un amigo espontáneo me gritó en algún momento, “para a beber un poco de agua”. Tenía razón. Lo agradecí. Puede que hasta se estuviera deteriorando mi voz en esa galopada.
En algún momento, que lo rocé, me apercibí de que el micrófono estaba húmedo: seguramente era el vapor de agua que exhalaban mis palabras atropelladas.
Hablé y leí demasiado y, como en Salamanca, tampoco llegué al final. No hubo culminación.
“No lo intentaré una tercera vez”; ayer estaba seguro. Aunque ya vacilo, me pica una dependencia ludópata. Además, el reconocer el fracaso de ahora implica extender el fracaso al 25 de febrero en Salamanca: ya no fue germen, ni lección, ni cimiento, porque no condujo a nada positivo en este frustrado oficio de conferenciante.
Estoy muy cansado de no dormir. Tengo miedo de pasar otra noche como esta.
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No es suficiente. Son las seis y media y me sigue angustiando la incontenible hemorragia de imágenes fallidas, de argumentos y datos olvidados, de gente que se levantaba y se iba (puede que fuera porque verdaderamente hacía mucho frío en aquel castillo) Necesito pararla y las plaquetas de mi sistema moral serán esta sarta de aforismos que, entre la ácida negrura, me vienen asaltando:
Brutal clarividencia, casi cegadora, es la de una noche insomne antes de la que se habló mucho y mal.
Lo más duro de la inconsciencia es la consciencia que vuelve después.
Hay fracasos que muestran obscenidades tan íntimas que ofenden incluso al pudor propio.
Envidio a las serpientes porque renuevan toda su piel.
Prefiero la peor pesadilla al mejor insomnio.
Los insomnios son siempre cuesta arriba.
La sabiduría aparece a veces muy severa.
No hay que empeñarse en todos los empeños.
La realidad sanciona a quien quiere entender con simpleza lo complicado.
El ritmo del entendimiento humano es el andar pausado. Ni piensa bien ni se hará entender mientras se corre o se pedalea con brío.
La noche que no repara, avería.
Sueño poder dormir.
Escribir en pesimista lleva a leer de mejor humor. (es una de las virtudes de la escritura)
PD 14-4-2015
Dar cuenta, para darme mejor cuenta.
Gracias por tu sinceridad, ya que he aprendido mucho de tus reflexiones ahora que me estoy viendo en trances parecidos de hablar en público, sin ser mi vocación, ni tampoco haberlo deseado nunca. Ánimo, estoy completamente convencido de que estas palabras han sido fruto de tu exigencia: No es que hayas fracasado, es que te pones el listón demasiado alto. Seguro que todos sacaron la conclusión de que sabías de lo que estabas hablando.
ResponderEliminarMuy agradecido por tu ánimo. Por la noche, cuando no conseguía dormirla, me sentía perseguido como un conejillo por mis omisiones, vacilaciones... luego el tiempo va dando sosiego y refuerzo: soy capaz de ver más luces con las que ya el episodio queda entre dos aguas. También hubo aciertos. Aunque sigo pensando que no me arriesgaré a otra noche tan oscura como aquella. (Pongo oscura y no triste) por el poeta de Fontiveros y no por el conquistador que tanto conoces.
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