Daré una conferencia en Arenas de San Pedro, la capital del Sur de Ávila. Lugar al que debo el solar para engendrar a mi hija -eso es lo mejor que me podía dar sitio alguno-, pero también fue generosa conmigo porque el puesto de trabajo que me ofrecieron en su Juzgado me sacó de una fábrica de jamones de Zaragoza, que es el lugar donde más duramente he trabajado en mi vida: desde las seis de la mañana hasta que se acabara la tarea, nunca antes de las tres y media. Había que hacer las horas extraordinarias que necesitara la faena. "Es lo que hay". Estar, días después, en aquel juzgado de Arenas, viviendo en la coqueta casita que me alquilé en una plazuela frente al río, con estas vistas; tocando la guitarra por la noche en ese balcón sin la tensión de ir a dormir deprisa, para descansar deprisa, para levantarme deprisa, a las 4,48 horas, desayunar deprisa para tomar la furgoneta que me llevara deprisa al polígono industrial de Malpica, para estar con el mono puesto en el tajo a las seis en punto... Fue un bálsamo, además ganaba casi el doble.
Respecto a mi conferencia del sábado estoy excesivamente tranquilo, tengo la "engañosa" sensación de que ya sé dar conferencias. No sé qué me espera pero esta confianza que poseo me resulta inquietante.
Menos de un mes después de llegar, subí con unos amigos a estas alturas de Gredos vecinas a Arenas.
Algo inconcebible; darme una paliza por puro ocio y deporte,
frente al insoslayable cansancio que acumulaba en Zaragoza.
(El primer fin de semana de jamonero los tendones me tiraban tanto
que soltaba la bolsa de la compra en el suelo de la cola de las cajas del supermercado.)
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