Creo que la expiación no está en manos del
pecador. Alguien debe perdonar, ya sea dios todopoderoso, o la persona
ofendida. Pienso que Antonio Muñoz Molina quiere con este libro que le perdonen
sus hijos, la madre que se los parió y crió; y un poquito. los lectores.
(Muñoz Molina fue a vivir a Madrid con su nueva mujer: la encantadora superwoman
Elvira Lindo, que ya tenía un hijo pequeño propio, del que Muñoz Molina se
habrá permitido ser padre todos los años que el hijo de Elvira haya vivido con
ellos) No dudo que, cuando haya podido, habrá tenido sentimientos de paternidad
con sus hijos propios, pero, sobre todo,
habrá vivido con la deuda y el
dolor de la privación de la paternidad espacial de sus vástagos. No sé toda su
vida, pero no me cuadra nada que el académico más joven de la Real Academia de la Lengua y prolífico
escritor, haya tenido tiempo para hacer el honor que merece la palabra padre en
vacaciones o en visitas.)
Me parece que por muy bueno en el mejor sentido
machadiano de la palabra que se sea, y AMM lo parece y yo creo que lo es, no se
puede ser padre a distancia y eso tiene
que producir desapego filial. Ahora bien, sus hijos serían tontos si repudiaran
a un padre: artista célebre, miembro de la Real Academia de la Lengua con menos de
cuarenta años, que un día será –seguro- premio Cervantes y otro más lejano e
incierto puede que hasta premio Nobel. Sus hijos le quieren, seguro, ¿cómo no
le van a querer sus hijos si muchos que no somos sus hijos le queremos? Aunque
me permito dudar si pueden querer de
verdad como a un padre a un pariente
lejano, siempre lejano...; que, eso sí:
les está haciendo heredar en vida, no sólo su fortuna, sino también su
prestigio. Uno de sus hijos, (con tantísimos licenciados en derecho que hay,
-uno entre un millón-) está de abogado en el más prestigioso despacho de
España, el de Garrigues. Los otros dos he visto que, por delegación, recogen
galardones que le dan a su multipremiado y casi unánimemente querido padre
ausente. Eso da experiencia, genera simpatías, abre puertas: es una herencia
inmaterial, quizá no sea contante pero sí sonante.
Lo mucho que le debo a su literatura y a lo
que me ha descubierto Antonio Muñoz Molina me hace tener una cierta
culpabilidad por la inmisericordia de despacharme así:
Al libro le sobran cien páginas. Por primera
vez con este autor me he saltado párrafos, hojas enteras repetitivas de datos
enumerados, seguramente reales, que se recogieron en Estados Unidos y
alrededores, alguno tan remoto como Taipei la capital de Taiwan, sobre las
personas que dijeron haber visto al asesino de Martin Luther King mientras
estuvo libre. Antonio Muñoz Molina no se
cansaba de repetir y repetir minimalisticamente como el Canto Ostinato
de Simeon ten Holt, cuyo doble cd para
cuatro pianos, me compré un día y con el que me he tratado de castigar varias
veces, no sé con qué objeto: siempre me he embotado, nunca he sido capaz de
acabar de escuchar entero ninguno de los dos discos.
El otro ajuste de cuentas -este más positivo-
es con Lisboa; ciudad que yo amo y que no encontré a pesar de buscarla
ávidamente en su novela “El invierno en Lisboa”. Antonio sabía que nos debía
escribir Lisboa y lo ha hecho sintiéndose culpable a la vez del infanticidio-magnicidio con sus
descendientes, con su huida hacia otra familia, la de Elvira, a quien tanto
amamos, con la que disfrutó de los Madriles literarios, gloriosos,
periodísticos, cinematográficos, para terminar despistándose del agobio en los
Nuevayorques universales y cosmopolitas donde poder volver a ser un ciudadano
anónimo y curiosear en las calles y los espectáculos públicos.
A fuerza de ser reiterativo vuelvo a
manifestar que amo al escritor. Me encanta el hombre que habla, me gusta mucho
el ciudadano, el opinador, el político (porque también lo es) Pero esta novela son 527 páginas con mucho
clembuterol; faltas en general, de garra y creatividad: -interminable, estirajada
la descripción del museo de los derechos civiles de Menphis- . Lo más
interesante es cuando nos cuenta su propia vida y sobre todo, unos muy hermosos
párrafos del enamoramiento que le despertó y nos despierta Elvira Lindo.
Pero, porque haya que cumplir con la
editorial y los lectores, no le perdono que sea tan “aprovechao” de hacerse un
libro largo; montándose, sin decir gran cosa, en un asesino enigmático con el
pretexto de que estuvo 10 días buscando una salida por Lisboa (como un inverso
Viktor Laslo), mezclándolas con una ventilación de deudas de sangre de su
sangre.
Que le perdonen otros. Yo, ni debo, ni
puedo.
Levantaban a un hombre hacia una santidad que
él no había deseado ni solicitado y luego renegaban de él por no estar a la
altura imposible que le habían pedido.
Antonio
Muñoz Molina, hablando de Martín Luther King. Pag 471
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